Opinión

Las amenazas: el porvenir

Llamamos porvenir, parafraseando un poema de Ángel González, aquello que casi nunca llegará o lo utilizamos como esperanza de que alcanzaría a los jóvenes en el futuro de vivir ahora tiempos menos duros. Pero las amenazas que penden a la salida de este verano del año de 2019 no auguran muchas alegrías. El panorama internacional infunde, cuando menos, ciertos temores, aunque el presidente de los EE UU utiliza a la perfección el método de apretar el nudo del lazo en la garganta y soltar cuerda en los últimos instantes. Así lo hace en Corea del Norte o en Irán y hasta en su propio país. Ello, más la tensión comercial con China, provoca fuertes caídas bursátiles a nivel mundial que más tarde se recuperan y ésta constituye una de las fórmulas habituales para lograr fortunas especulativas sin incrementar la riqueza en el mundo. Con el tono campechano y hasta vulgar que le caracteriza –sin aludir a las fantasías de sus twitts– no ha tenido empacho, en la última reunión de los G7, en alentar la lenta disolución de la Unión Europea que trata de mantenerse –no sin dificultades– merced al eje fundador, Francia y Alemania. Debería hacernos reflexionar el hecho de que las dos potencias de la guerra ideológica de ayer traten de derribar un proyecto, la Unión, de sociedades más justas y equilibradas, con sus muchos defectos, porque representa todavía una luz que va debilitándose en un mundo, quiérase o no, que ha elegido cierta desequilibrada uniformidad.

El abrazo del oso de Trump ante la salida de Gran Bretaña, prometiendo un fácil acuerdo comercial, refuerza la idea de la proximidad en la que desean moverse ambas naciones. El Reino Unido juega con fuego al disolver el Parlamento con el beneplácito real. En tanto que Europa trata de defenderse de los populismos de antaño que reverdecen en su seno, del euroescepticismo, de las críticas a la burocratización. Rusia y EE UU favorecen, desde fuera, la desmembración de esa Unión poco solidaria, absorta en sus problemas internos. La significativa huida de los británicos, ajenos en cuanto les ha sido posible, a los para ellos ajenos problemas «continentales», tal vez no afecte a una alianza siempre reticente a los valores de la Unión, debilitada no sólo por la tradicional división Norte/Sur, sino también por los llamados populismos de derecha y las mentiras que la sobrevuelan como enjambre de avispas. Pero mantener la Unión con una Italia en permanente sospecha y lo que se nos caerá encima con nuestro problema territorial en octubre o noviembre no permite afrontar el nuevo curso con entusiasmo. No hay que olvidar, por otra parte, que el presidente de gobierno en funciones no espera –o así lo parece– culminar acuerdos de gobierno que le permitan afrontar lo que llegará con un fiable apoyo parlamentario. Los augures mediáticos no dejan de especular sobre la resistencia de los materiales que nos han servido hasta hoy como base de sustentación. Seguimos, aunque casi nada se diga al respecto, flojos en ideas, ausentes de proyectos, abocados a un mar de contradicciones en tiempos y sociedades ya muy distintas. Resulta demasiado elemental trazar panoramas catastróficos sin tomar en consideración que en este horno en ebullición también podemos descubrir formas de regeneración, deseos de reconducir al buque que parece ir hundiéndose poco a poco.

Deberíamos rebuscar en los baúles aquellos antiguos regeneracionismos que utilizaron argumentos, más allá de un evidente pesimismo tratando de ofrecer un futuro más esperanzador. No es necesario recurrir a don Pelayo o a rancios nacionalismos. O andamos juntos y a buen paso o no deja de ser posible que nuestros hijos no hereden las ilusiones de un Viejo Continente que, como tantos viejos, no se encuentra todavía en absoluta decadencia ni desea estarlo. No creo que el retorno a la idea de las naciones encerradas en sí mismas (ni siquiera los EE UU, China actúa por el contrario en una expansión devoradora) permita mantener las formas de vida que hoy nos caracterizan. Pero las desigualdades en el seno de nuestras sociedades se están incrementando y quienes representaban una centralidad política, dada la aglomeración producida en el espectro, se desbordan por los extremos. El socialismo español ya no trata de descubrir soluciones de izquierda, a la que teme. Ciudadanos y PP constituyen una sola voz y Vox es el símbolo de lo que parte de la derecha española ha deseado o desearía oír. Si añadimos al panorama los partidos nacionalistas, el terreno de juego se embarra y achica progresivamente. No somos el ombligo del mundo y tampoco abundan en la Europa real los pensadores recios, aquellos que dieron sentido al fin del siglo XIX. En la desolación, en la desesperanza, los noventayochistas pintaban una España que trataba de descubrir su porvenir. Fue un cambio de ciclo y se llegó hasta la tragedia de una guerra civil. Ahora estamos atravesando también cambios trascendentales. Pero vivimos otro mundo, otro país, otra Europa, distintas voces, otro porvenir que podríamos, una vez más, calificar como incierto y contemplarlo con moderación, sin exagerados pesimismos.