Opinión
Juan Ribas es Rosa Parks
El himnazo de Juan Ribas en la Diada constituiría una cachondada en cualquier país normal. Lo que en Estados Unidos, Alemania, Francia o incluso Tanzania se tomaría como la salida de pata de banco de un excéntrico, aquí es una cosa muy seria. La singularidad de un país con una superlativa identidad nacional que por esas cosas de la imbécil corrección política está ninguneada desde hace décadas. Mi nuevo ídolo, de inequívoco apellido catalán, no puso la Marcha Real a todo volumen, como si no hubiera un mañana, para salir en la tele y gozar de los 15 minutos de fama de los que hablaba Warhol.
Fue algo más importante: la pataleta de un ciudadano obligado a pasar por el aro de esa dictadura silenciosa que es un independentismo que de manera omnímoda, Pepe Montilla incluido, tiene bajo la bota al resto de la ciudadanía desde hace 39 años. Por cierto: más de los que estuvo Franco en El Pardo, que se dice pronto. Así como la negativa de Rosa Parks a dejar su asiento en el autobús a un blanco fue una acción individual de consecuencias colectivas, la gesta de Ribas fue sin quererlo la protesta de esa mayoría de catalanes que está cansada de poner humillada la otra mejilla.
El protagonista se explica maravillosamente bien: «Mi reivindicación es la de quienes vemos impotentes cómo espían a nuestros hijos en el recreo, la de quienes no pueden acceder a la función pública porque no saben catalán». La de quienes, esto es cosecha mía, observamos impotentes cómo se pita el himno en la final de la Copa del Rey año tras año sin que pase nada, sin que se suspenda el partido o se sancione al club responsable. «Es libertad de expresión», suelen argumentar quienes ahora tildan de «acto fascista e incívico» y «falta de respeto» el valiente gesto de Ribas.
Con todo, lo peor de lo acontecido en la Diada no fue la catarata de vómitos independentistas, podemitas y socialistas que le cayó a nuestro héroe sino la actuación de esa policía política que son los Mossos, que entró en el hotel, cortó la luz y registró su habitación y su coche como si fuera un terrorista del Estado Islámico. En aquel instante, Ribas certificó no sólo que tenía razón sino que se había quedado corto. Ciertamente, fue un pequeño paso para él pero en el fondo un gran salto para la catalanidad constitucional.
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