Opinión
El bipartidismo ha muerto... ¡Y muchos no se han enterado!
Afrontamos una semana decisiva en el actual e inestable escenario político. Con una situación de bloqueo total, sin casi ya posibilidad visible de acuerdo o de pacto, ni siquiera de mínimos, y con un calendario -ahora sí- que corre frenéticamente en contra de cualquier solución que no sea la de volver a las urnas, sí o sí, el próximo 10 de noviembre. Aunque, como italiano que soy, acostumbrado en mi país a acuerdo cruzados inesperados, tengo claro que puede haber sorpresas hasta al último segundo....¡cuidado!
Una
repetición electoral, considerada sin ambages como una segunda vuelta, que era
-no es ningún secreto- la salida menos apreciada por la mayoría de los españoles,
de cualquier signo ideológico, que están más que hartos de unos líderes políticos
a los que les duele la boca de asegurar que tampoco deseaban este final pero
que no han hecho nada por evitarlo.
En
este contexto, no es de extrañar que, durante las últimas semanas, muchos
representantes de los dos grandes portaaviones de la Transición, a los que según
algunos sondeos más podría beneficiar esta nueva cita con las urnas, hayan
encontrado terreno abonado para abogar, de forma más o menos velada, por una
necesaria vuelta al bipartidismo. A ese turnismo ordenado en el que PSOE y PP
se fueron repartiendo el poder durante décadas y en el que tan cómodos se sentían.
Paz de los cementerios. Estabilidad… a cambio de corrupción
Fueron
años de 'Pax Romana', sí... de estabilidad política; tal vez la que más
necesitaba un país que acababa de salir de una asfixiante dictadura de casi
cuarenta años y de una Transición muy compleja en la que el mayor temor era la
vuelta a unos instintos cainitas, tan del gusto de los españoles, que nos
retrotrajeran a un nuevo conflicto civil.
Nada
de eso ocurrió, afortunadamente, y la fórmula de optar por reforma y no por
ruptura decoró el paisaje político de aquella nueva España en la que a partir
de 1982, con el advenimiento del PSOE de Felipe González a La Moncloa, se
cerraba aquel destructivo círculo que comenzó para algunos el 14 de abril de
1931 con el advenimiento de una II República que fue cercenada con un abrupto
Golpe de Estado el 18 de julio de 1936 que llenó las cunetas españolas de
sangre, sufrimiento, lágrimas y cadáveres.
Fue,
eso sí, una estabilidad por la que hubo que pagar un alto precio. Y no me
refiero al del esfuerzo ingente que tuvieron que hacer, sobre todo los familiares
y los herederos de los vencidos por olvidar tantos crímenes, tanta vesania y
tanta iniquidad contra al menos la mitad de los españoles, cuyo único delito
había sido estar en 1936 del lado de la legalidad vigente y ser de izquierdas.
No. El precio fue la corrupción que, de manera creciente, se enseñoreó de la
vida pública española y fue depredando las arcas públicas por un lado y por
otro minando la credibilidad de una clase política que se había batido el cobre
para traer y asentar de nuevo la democracia a este país. Una situación que tuvo picos y valles a lo largo de las distintas
fases vividas desde 1977 hasta la actualidad.
El
final del 'Felipismo' fue un momento delicado, como lo fueron los últimos años del 'Aznarismo' o, más recientemente, los
bochornosos episodios vividos en algunas comunidades autónomas como la
valenciana o la madrileña, feudos tradicionales del PP o la andaluza y sus ERE,
territorio dominado durante 36 años por los socialistas.
2015; un punto de inflexión… desde Cataluña hasta la Puerta del Sol
En
aquel contexto, el año 2015 supuso un aldabonazo histórico. Un escenario hasta
ese momento 'a dos' se abrió de manera radical a nuevas fuerzas, a nuevos
protagonistas políticos que irrumpieron con fuerza prometiendo regenerar un
esclerotizado sistema, viejo, rancio, ineficaz, corrupto y al que le habían
reventado las costuras por el latrocinio público de las arcas del Estado y por
su ineficacia para hacer frente a los nuevos retos del siglo XXI, prisionero de
estructuras propias de finales del XX, pero ya inservibles.
Fueron
muchos los que con ilusión se subieron al carro de Ciudadanos, que ya tenía una
valiente y brillante historia en Cataluña (Ciutadans), por el lado del centro
derecha liberal aunque su origen tuviera más que ver con una parte desengañada del PSC, la más antinacionalista. Otros tantos lo hicieron al carro
de Podemos, fuerza nueva de la izquierda 'más a la izquierda' del PSOE que
llegaba con firmes promesas de devolver el poder de decisión al pueblo llano, a
'los de abajo', anulando a la 'casta política' en la que consideraban
encostrada, no solo a la derecha liberal sino a la izquierda más acomodada en
ese 'oasis' llamado 'Sistema' que venían a sacudir.
Y lo
cierto es que ambos tuvieron éxito; con una representación en aquel hemiciclo
salido, primero de los comicios de diciembre de 2015 y después de junio de
2016... tanta suerte que abocaron al país a una situación de 'endiablada aritmética
electoral' a la que España no estaba acostumbrada. Y es que, mi querida España
no es mi amada Italia; lo advertí desde el principio. Y las ilusiones
ciudadanas, las ansias de un cambio que abriera puertas y ventanas por las que
corriera el aire, dieron pronto paso a una cierta frustración colectiva. Los
nuevos partidos comenzaron a incurrir en los mismos vicios que los viejos;
nepotismo, pequeñas corruptelas en ámbitos locales, y cierta arrogancia a la
hora de tratar con el electorado... ese al que iban a encandilar con su 'nuevo
estilo'. Podríamos decir que el declive… les ha llegado muy rápido, aunque yo
lo calificaría más bien de una madurez prematura, en esta sociedad líquida en
la que vivimos.
¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?... ¡NO!
No
es de extrañar pues que, ante el bloqueo presente, muchos añoren aquella
estabilidad, corrupta y esclerotizada, como la 'paz de los cementerios', pero
en la que las cosas 'funcionaban'. Esto último no es cierto, pero ya se sabe
que la memoria es selectiva y tiene a retener solo lo que nos interesa, y a
deformarlo en nuestro favor.
Escucho
estos días tambores que sugieren 'una gran coalición' entre el PSOE y el PP -lo
ha dejado dicho el gallego Feijóo- , como una gran coalición a la alemana...
olvidando que España no es Alemania. Percibo otros, que en realidad son viejos,
de que Ciudadanos debe limitarse a aspirar a ser bisagra, ora del PSOE, ora del
PP, olvidando que tiene perfecto y legítimo derecho a construir una alternativa
propia y diferenciada porque tiene un proyecto articulado para España. Y en ese
punto, me pregunto: ¿Quién se creen que son estos 'grandes' -que en escaños lo
siguen siendo- para aleccionar, como si fueran menores de edad, a sus
competidores más jóvenes? El ejemplo me vale igual para dignísimos
representantes de la calle Ferraz que un día sí y otro también dan lecciones a
los 'imberbes' dirigentes de Podemos y les dictan los términos en los que debe
circunscribirse su colaboración.
Mal camino, señores. 'Manca finezza', que
dicen en mi tierra. Creo que el multipartidismo ha llegado a España para
quedarse y que a pesar de que, en cuatro años, más
o menos la mitad del tiempo real lo hayamos consumido con gobiernos en
funciones, es un invento que no tiene marcha atrás... porque es bueno para España.
Y si Sánchez o Casado (con su fórmula 'España Suma' que lo que busca, lisa y
llanamente es fagocitar a Vox y maniatar a Ciudadanos) no lo interiorizan
cuanto antes, condenarán a España al bloqueo perpetuo…
y a ellos mismos a la melancolía.