Opinión

Que voten ellos

Si todas las papeletas electorales fueran billetes de lotería ya sería millonaria. La reflexión no es mía sino de mi madre, que une al concepto de azar, el de la realidad y el deseo. Estos niños rebeldes que se toman la política como una gamberra caza de la lagartija deberían repetir curso y volver en un lejano septiembre con la tabla periódica en la cabeza y vestidos de Reyes Católicos, cada uno que elija el transgénero que más se ajuste a su corbata. Al cabo, tanto monta.

Se anuncia un inminente cambio climático, si bien no llegará a tiempo para hibernarlos como los osos. El día que salieran de la madriguera se encontrarían una España nueva en la que ellos no eran imprescindibles. Como en la película «Good bye, Lenin!» en la que la madre del protagonista entra en coma en 1989 y despierta ocho meses después de la caída del muro de Berlín y encuentra que su querida República Democrática Alemana es un nido de demócratas con ínfulas de botellón. Más que hibernar pretenden invernar, buscar parajes soleados en forma de folleto electoral. Saldrán guapos y tíos al estilo del negro de la colonia que monta a caballo al revés.

El justo castigo sería proponer a otros cinco que los sustituyan ya que no han terminado el trabajo, claro que es tan buena idea (permítanme que me bese) que no será tomada en cuenta. El filósofo Alain Denault lo explica en su libro «Cuando los mediocres toman el poder» (Turner). Si quiere triunfar, absténgase de proponer acciones geniales. No solo ha de ser del montón sino que además ayuda mucho parecerlo. Y aquí hay fumata blanca. Al nuevo Papa que salga (o no) de las urnas le basta usar alguna frase para salir del paso. «Hay que seguir el juego», por ejemplo, o, lo que oiremos en estos días: que estamos ante la «fiesta de la democracia», y sonreír, es necesaria la risa como escudo ante el vacío. Proporciona la satisfacción del hombre corriente.

El bombo de la suerte se pone en marcha. Faltan los friquis que van donde el sorteo cada Navidad. La izquierda, cornuda y cabreada, y la derecha con tantos padres como para un especial de «Lazos de sangre», así que, entre indignados y dolientes, los españoles regresarán al lugar del crimen con pistola cerebral. Si cada uno de nosotros les dejara un mensaje, el voto sería nulo, pero se compondría el verdadero relato de los ciudadanos. Tenemos que hacérselo saber para que sepan que realmente mandamos nosotros.