Opinión

El maravilloso sadismo de Sánchez

Y terminó la función. La verdad es que Sánchez ha dado una lección teatral que dejaría boquiabierto al mismísimo Stanislavski. Prácticamente todo el periodismo patrio daba por hecho que más pronto que tarde se formaría un Gobierno PSOE-Podemos. Digo prácticamente, y digo bien, porque algunos que cabemos en un 600 (y sobra sitio) vaticinamos desde el 29 de abril que íbamos a nuevas elecciones. Bueno, en realidad, desde el 28 por la noche al observar el careto de funeral del ganador en Ferraz. Y entre tanto «que sí-que no-que tal vez», nuestro protagonista se descongojaba de la risa de todos esos voluntaristas que en realidad confundían sus deseos con la realidad.

Voluntaristas o no. Porque el mayoritario periodismo podemita se quejaba tan ruidosa como sobre todo cínicamente del «despilfarro de dinero público» y de «la indignación» que provocaría en la ciudadanía esta segunda vuelta. Como si el dinero que se invierte en unas elecciones se tirase a la basura en lugar de generar cientos de empleos en las empresas que confeccionan papeletas y sobres, en las que aportan la tecnología o en las que ponen la infraestructura. Los periodistas de estricta obediencia podemita lo que en realidad ansiaban era meter con fórceps a su conducator Iglesias y a su caudilla Montero en el Gobierno.

Los pocos socialistoides que quedan en la prensa española hacían de la necesidad de mentir, virtud: «Pedro no quiere nuevas elecciones». Servidor respondía sistemáticamente lo mismo: «Pues lo disimula muy mal». El presidente ha demostrado con esta tomadura de pelo que es cien veces más listo de lo que aseguraba el estereotipo. Nos ha hecho pensar que se esforzaba por intentar cerrar un acuerdo con los coletudos cuando en realidad tenía las mismas ganas de hacerlo que yo de acabar en el infierno. Ha combinado perfectamente la sensatez de no gobernar con el extremismo más salvaje de la política europea, que nos hubiera llevado directitos a la ruina, con sus intereses.

Con todo, lo mejor ha sido el sadismo con el que ha tratado al trilero de Pablo Iglesias, el tipo menos de fiar que vieron los tiempos. Le hizo oler las mieles del poder unas horas para luego hacerle la cobra más maravillosa que recuerdo. Y encima ahora le cuela de rondón a un Errejón que se va a comer su coleta con patatas. Me parto. Sin que sirva de precedente, olé por Sánchez.