Opinión

Renovarse o morir

¿Se escuchan señales de alarma? Los imperios se derrumban o desembocan en una triste y mediocre suspensión de pagos. Vivimos un acelerón histórico y ¡nosotros con esos pelos!. En un ya muy alejado de 1961 realicé mi primer viaje al extranjero para incorporarme como profesor a la Universidad de Liverpool. Mis predecesores me habían recomendado que para preparar el viaje acudiera a la agencia británica Thomas Cook. Tenía, si no recuerdo mal, una oficina en el emblemático Paseo de Gracia barcelonés. En aquellos años de franquismo, tras obtener el pasaporte, que me había sido negado y volvería a serlo más tarde, era un viaje complejo. Partí de la Estación de Francia, en Barcelona, destino Portbou y ya en Hendaya la oportuna y lenta revisión de pasaportes y equipaje. En Francia, había que viajar hasta París y desde allí a Calais y, ya en el ferry, llegar hasta tierras británicas, en Dover. Nuevo control de pasaportes, mostrar que llevabas dinero suficiente para un posible regreso y emprender otro viaje en tren hasta Londres. Cabe decir que cuando mostré en la aduana el contrato de la Universidad todo fueron facilidades en la larga cola de un local que recuerdo oscuro, inhóspito. Mi inglés era, por otra parte, tan primario que resultaba difícil entenderse. Tuve que dormir en un hotel, ya en Londres, para enlazar con el tren mañanero que me conduciría hacia mi nuevo destino, Liverpool. Quienes estuvieron antes la pintaban negruzca, fea, industrial, sin interés. El pequeño centro no era atractivo, pero en las afueras, donde acabé viviendo, había espléndidos parques. Salir de la Universidad española y acceder a las instalaciones de una inglesa de provincias era dar un salto descomunal, no sólo en medios, también en trato académico y facilidades de todo signo. Por algún tiempo ingresé, además, en una democracia. Leía el «Times» y su suplemento literario, me inscribí en un mediocre cine club.

Debo ahora añadir que durante el viaje me sentí protegido por la agencia Thomas Cook. Ya en la estación de Hendaya me esperaba un señor que mostraba un letrero con mi nombre. Recuerdo su atildada gabardina, aspecto impecable y una imperturbabilidad que se entendía británica. La agencia de Thomas Cook era solvente, no exclusiva, aunque distinguida, la más antigua del mundo. Es, si se rehiciera, y no sucumbiera a las tentaciones chinas de la Fosun Tourism, que ya posee un 18% del accionariado, un ejemplo de errónea adaptación a otro mundo, más próximo al turismo de masas que al viaje. Thomas Cook, nacido en 1808, pastor baptista, en 1841 organizó un viaje colectivo para un congreso de lo que aún no existía, alcohólicos anónimos. Su antigüedad le confirió, antes de promover la masificación turística de hoy, que ha acabado hundiéndola, además de una imperdonable mala administración, un prestigio que desaparece. En la actualidad la integraban 22.000 empleados, aunque tras haberse convertido en el segundo tour operator del mundo centraba su actividad en los principales núcleos europeos vacacionales: Baleares, Canarias, Andalucía y Cataluña, en España, o Túnez, Turquía o Egipto en el Mediterráneo. Posee, además, líneas aéreas, hoteles. El pasado lunes, tras la quiebra económica anunciada, se encontró con 600.000 turistas afectados, de los que 150.000 eran británicos. Y todos los aviones inmovilizados en tierra, aunque posee otras compañías, como las de los países nórdicos que no se vieron afectadas.

Cook intentó adaptarse y hasta protagonizar ese mundo mal globalizado del que los jóvenes y no tan jóvenes desconfían. El perpetuo movimiento de parte de una población que busca en el viaje la evasión de lo cotidiano ha alterado, sumado Internet, lo que antes se entendía como singulares experiencias. El símbolo de Cook se derrumba junto a aquella Gran Bretaña nostálgica de su Imperio, aferrada en tradiciones que la distinguían de los decrépitos continentales y hoy dividida, como tantos países en dos mitades enfrentadas. Plantearse un Brexit suponía retornar a un pasado ya evaporado con los perfumes de antaño. Con salir de la Unión Europea se pretendía añorar lo que Cook o la City habían sido, pero ya no eran. La deuda de este complejo turístico se cifra entre 1.400 y 1.700 millones de libras. Su negocio entró en pérdidas hace años. Cabe suponer que constituirá un mazazo en países, como el nuestro, que creyeron que el turismo, sol y playa, era como una seudoindustria dependiente del buen tiempo y alejada del horizonte climático, que se alterará en el corto plazo, como nuestra producción agrícola. Gran Bretaña ha dejado de ser grande sin darse cuenta, el postimperio, un respetable y diferenciado imaginario, una forma de vida, un modelo evanescente que corresponde a lo que comprobé hace tantos años. Imagino este descalabro de una de las emblemáticas muestras de la presencia británica en Europa como un símbolo de lo que Gran Bretaña ha dejado de ser. He regresado, ya sin Cook, muchas veces a Gran Bretaña, pero ha ido perdiendo su encanto original. En ocasiones, renovarse es morir.