Opinión
Claro que era rebelión
Tengo el mejor de los conceptos de ese altísimo Tribunal que es el Supremo. Si bien es cierto que el sistema meritocrático que rige la carrera judicial es mejorable, no lo es menos que salvo injustas excepciones allá arriba acaban llegando los messis y cristianos de la magistratura. Lo cual no obsta para que de cuando en cuando se equivoquen. Y con la sentencia del 1-O la han pifiado. Vaya si la han pifiado. Que había rebelión lo sabe hasta un recién licenciado en Derecho. Y seguramente también el presidente de la Sala Segunda, Manuel Marchena, que abogó por incluir esa fórmula intermedia entre la rebelión y la sedición que es la conspiración para la rebelión. No lo consiguió. Optó por la unanimidad antes que exponerse a un voto particular, el de la tan formidablemente preparada como izquierdosa jueza para la democracia Ana Ferrer, que hubiera abierto las puertas a que en un lustro el Tribunal Europeo de Derechos Humanos tumbase total o parcialmente un veredicto para la historia. Que lo acontecido en Cataluña hace dos años fue rebelión no lo digo yo, que también. Lo certifica la Guardia Civil, esto es, quienes estaban sobre el terreno; es decir, unos agentes que gozan de presunción de veracidad. El benemérito dictamen cifra en más de 300 los actos de violencia ejecutados entre ese banderazo de salida al golpe de Estado que fue el pronunciamiento del Parlament y una declaración de independencia de finales de octubre que tuvo como argamasa el referéndum del 1-O. Item más: así lo apreciaron tanto el instructor, Pablo Llarena, como los cuatro fiscales del Supremo. Los cinco sustentaron unánimemente la tesis de la rebelión al igual que la Abogacía del Estado por boca de un Edmundo Bal que en un acto de decencia supino se negó a torcer el brazo cuando el Gobierno le ordenó poner «sedición» donde había escrito «rebelión». A su obediente sucesora, Rosa Seoane, le faltó tiempo para decir «sí bwana, es sedición». Vamos, que todo se redujo a unos tumultos de tres al cuarto. El quid de la sentencia es el mismo que el de la mujer del César: no sólo ha de ser justa sino, además, parecerlo. Y casualmente encaja al 100% con los espurios deseos de Moncloa. El fallo de Alsasua y el del golpe del 1-0 parecen lo que parecen. Y las cosas normalmente son lo que parecen.
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