Opinión

Otros muros

El muro de Berlín sólo tenía color por uno de sus lados; el otro era gris como la vida de sus habitantes. En un lado había entusiasmo, creatividad y libertad. En el otro un estado totalitario dirigía todos los aspectos de la vida de los ciudadanos. Miles de agentes de la Stasi y cientos de miles de delatores vigilaban a sus compatriotas. En la Alemania del Este 16 millones de personas sobrevivían controlados por la más siniestra y meticulosa policía política que el mundo ha conocido. El resultado fue una sociedad artificial hecha de miedo, de abuso de poder y de todas las humillaciones de las que es capaz un estado comunista.

Aquel sistema político, para algunos teóricamente perfecto, producía una altísima cifra de suicidios que el gobierno pro soviético ocultaba. El sistema destruía a las personas, la espontaneidad y la vida. Tal y como dice de Rusia el personaje de Strélnikov en Doctor Zhivago «La vida privada había muerto en Alemania del Este». Una frase que resume la obsesión de todo totalitarismo por anular a las personas en nombre de la colectividad.

Para mí, la película que mejor refleja aquel sistema desquiciado es «La vida de los otros». La historia de un funcionario de policía que cuando le ordenan vigilar a un escritor, descubre emociones básicas que ni sospechaba que existían. Descubre la vida y hace todo lo posible por protegerla. Siempre me provoca un nudo en la garganta.

El muro formaba una jaula de hormigón con la parte superior curva para que nadie pudiera agarrarse. A su lado estaba lo que llamaban «la franja de la muerte». Consistía en un foso, alambradas, torres de vigilancia, sirenas de alarma y una carretera que recorrían las 24 horas patrullas armadas acompañadas por perros. De los «paraísos igualitarios» todos se quieren escapar y a los «infiernos capitalistas» todos quieren venir, muchos lo intentaron. El primero en huir fue el soldado Conrad Schumann: su imagen saltando sobre la alambrada dio la vuelta al mundo. El último en morir fue Chris Gueffroy, un joven de 20 años que fue tiroteado el 5 de febrero de 1989.

Como no podía ser de otro modo, el sistema de planificación central terminó fracasando. Porque al espíritu humano se lo puede frenar durante un tiempo, pero no se lo puede detener. Porque la manipulación tiene sus límites, porque lo fundamental de una personalidad nunca puede ser completamente suprimido. Permanece latente y tarde o temprano lo humano se desborda y el sistema totalitario se resquebraja. Ocurre siempre, porque no podemos vivir sin libertad. Así que un 9 de noviembre de 1989 el Gobierno no pudo contener la marea humana que quería escapar a Occidente. Nadie pudo detenerlos. Al día siguiente se abrieron las primeras brechas en el hormigón. Yo tenía 11 años y no entendía qué estaba ocurriendo, pero sí recuerdo las imágenes y la emoción. Aquel fin de semana estaba con mi abuela materna y dejó la televisión puesta todo el rato. Me contaba que volvían a estar unidos familias y amigos que llevaban 28 años sin verse. Aquella emoción por la unión se me ha quedado. La convicción de que la unión nos hace más fuertes. Jamás he encontrado un solo proyecto que separando personas haya ido a mejor.

El muro ha pasado a ser el símbolo vergonzoso del Estado totalitario y de su ingeniería social. El precio ha sido enorme, millones de personas no pudieron ser lo que tenían que haber sido, se quiso que vivieran sin emociones y murieran sin recuerdos. Esto es lo terrible, que el comunismo ha significado la más gigantesca alienación de vidas completas jamás perpetrada. Esta semana celebramos la caída del muro, y lo hacemos para renovar nuestro compromiso con la libertad. Respiramos aliviados de que aquel sistema político fracasase, pero no podemos relajarnos porque el fantasma del totalitarismo y sus nuevas formas siempre está esperando su oportunidad y nuestra debilidad. En Cataluña quieren crear un nuevo muro donde nunca lo ha habido, un muro identitario que nos separa, un muro de odio que subraya diferencias para ocultar lo que tenemos en común todos los españoles. Es un muro que atenta contra la fundamental unidad de todo lo humano. Un muro más contra el que hay que luchar con toda la fuerza del Estado de Derecho. Todo intento de colectivizarnos nos niega y destruye. Berlín es hoy la capital de Alemania en una Europa que quiere superar sus diferencias y ser realmente un lugar de convivencia entre ciudadanos libres, iguales y solidarios. Como la Comunidad de Madrid, una región en la que todos viven en libertad y respetan la ley de todos. Una parte del muro ha sido convertida en la galería de arte al aire libre más grande del mundo, con su lado gris y su lado de color que terminó triunfando. Tres de sus piezas las tenemos aquí en Madrid, en el Parque de Berlín, para que jamás olvidemos que ningún dogma político debe de sustituir a la libertad.