Opinión

Cambiemos ya el sistema electoral

El sistema electoral funcionó a las mil maravillas en España, entre otras razones porque en los primeros años de democracia hubo mayorías absolutas o casi y porque no conocíamos nada mejor por la obvia razón de los 36 años de dictadura. Era un turnismo modelo Cánovas-Sagasta en versión posmoderna que González supo entender mejor que nadie con tres mayorías absolutas a sus espaldas. Ni Suárez, ni el primer Aznar, ni los dos Zapateros, ni el Rajoy de 2015 y 2016 saborearon la comodidad que supone tener 176 diputados o más. Al mito viviente del socialismo y al padre del PP no les van a explicar el marrón que supone tener que dar toda la pasta del mundo a un sujeto como Pujol que, además de un corrupto de marca mayor, es un independentista furibundo. Ése es el problema: que la gobernabilidad de España está desde 1993 permanentemente al albur de quienes quieren cargársela. Es como si para curarte un cáncer te pones en manos de un malvado curandero que te receta unas hierbas que te provocan un efecto placebo durante un par de meses, al cabo de los cuales te sientes peor que antes habiendo perdido un tiempo crucial para salvar la vida. Veintiséis años después la situación es tanto más grave: el Gobierno pende de la malvada voluntad de un partido golpista, ERC, y de otro que representa a los asesinos de 856 compatriotas, Bildu. De locos. Por ello se impone modificar una Ley Electoral que provoca desajustes tan bestias como que a Ciudadanos un escaño le cueste 163.000 votos y a la gentuza del partido de Otegi 55.000. O que el PP precise de 57.000 y que al PNV le salga por 53.000. O que ERC necesite 66.000 sufragios y Vox 70.000. Lo de Pacma es de aurora boreal: sus 226.000 papeletas fueron a la basura mientras que las 17.000 de Teruel Existe han supuesto un asiento. Para acabar con esta injusticia supina bastan tres quintos de la Cámara, vamos, que entre PSOE y PP pueden guisárselo y comérselo. Soluciones hay para dar y tomar: una segunda vuelta (el exitoso ballotage francés), un sistema mayoritario como el británico en el que el vencedor en la circunscripción se lleva la única acta en disputa o una prima de escaños al vencedor de los comicios como en Grecia e Italia. Lo que sea con tal de impedir que el MAL siga decidiendo nuestro destino.