Opinión
El poder de la palabra
Desde los tiempos más remotos, la comunidad política se reúne a escuchar las razones y argumentos de los que toman la palabra alternativamente para luego decidir sobre la base de la persuasión. Es una de las experiencias fundacionales de nuestra vida en sociedad. Dice Néstor a Agamenón en la asamblea homérica: «Has de exponer tu opinión y oír la de los demás» (Il. 9.100). Introducir el tema, exponerlo, argumentar con razones, refutar objeciones y recapitular son las cinco operaciones que, según la retórica clásica, debe tener cualquier discurso. Convencer no es un arte innato. Se aprende, pues la palabra está al alcance de todos. Arma de defensa, ataque o decisión, es la más poderosa herramienta para convencer con técnica y argumentos al todo orgánico que es la comunidad.
La retórica, arte de la persuasión por la palabra, y la oratoria, o práctica de la misma en un discurso en público, han sido las bases de la educación y la política clásicas desde el siglo V a.C., cuando irrumpen en la Atenas democrática. Cuenta la leyenda, que recoge Cicerón, que la inventaron dos griegos en Sicilia, Córax y Tisias, cuando, caída la tiranía, hubo que litigar sobre las tierras antes confiscadas. Trasladada a la democracia ateniense, un sistema político epistémico que se basaba en argumentar ante grandes asambleas, la retórica devino inseparable del sistema participativo que, como no podía ser de otro modo, fundamenta toda nuestra experiencia política actual. Ha florecido en momentos de libertad y dinamismo político. Languidece cuando no lo hay y se refugia en las escuelas.
Por ello hay que saludar con entusiasmo la iniciativa de un grupo de profesores de diversos ámbitos de conocimiento, desde la filología clásica al derecho, la teoría de la literatura, la lingüística, la sociología, la ciencia política o la filosofía, de crear al fin una Sociedad Española de Retórica (SE-Ret.org), cuyos fines, según rezan sus estatutos, son «fomentar, impulsar y difundir los estudios de Retórica, en sus aspectos históricos, teóricos y prácticos». Una empresa de esta índole constituía una gran asignatura pendiente en nuestro país, para revitalizar los estudios sobre la persuasión en sus más diversas funciones. Las universidades se empiezan a ocupar de la formación retórica de todos sus estudiantes, también los de ciencias, como hace la UCM con su nueva asignatura transversal de «Fundamentos clásicos de oratoria y retórica».
Si bien ya no tenemos que tomar la palabra ante grandes auditorios cada poco, como los atenienses, tanto para convencerlos de hechos que atañen al futuro –en las deliberaciones políticas– o de la veracidad de los que acontecieron en el pasado –ante un auditorio de jueces/jurados–, o, en el tercer género de la retórica, simplemente para la exhibición y el disfrute del presente, este arte siendo a día de hoy una de las herencias imprescindibles de la antigüedad. Y es que a nadie le es ajena la retórica: comunicadores científicos que han de presentar sus ponencias, políticos que se baten en debates electorales, profesionales del derecho que, a un lado u otro de la barrera, deben convencer sobre hechos probados; escritores, periodistas, publicistas, empresarios, y un larguísimo etcétera.
No hay actividad humana que no requiera técnicas de expresión oral eficaz: no hay nada más humano, de hecho, como bien sabemos desde los más antiguos manuales de retórica que conservamos, la «Retórica a Alejandro» o la «Retórica» de Aristóteles, entre los griegos, y la «Retórica a Herenio» o las obras de Cicerón y Quintiliano, entre los latinos. Los clásicos enunciaron todas las reglas que aun rigen en lo político, lo forense y lo literario, pero también en la publicidad, la mercadotecnia, la empresa y, en fin, en cualquier actividad en que se quiera convencer y prosperar. Nada que ver con la floritura de la simple elocuencia de ornato: la retórica enseña a pensar.
El éxito del orador sigue siendo un misterio, entre comunicación verbal y gestual: algo de actuación también, que dio claros vencedores el último debate electoral del 10N. Es la tríada de lo que los antiguos llamaban «ethos», «logos» y «pathos», el carácter del orador para empatizar con el auditorio, el dominio técnico de los argumentos y la capacidad de emocionar al público. Las estructuras trimembres –planteamiento, nudo y desenlace– son una clave antigua del pensamiento y el lenguaje en nuestra tradición indoeuropea, como saben bien Platón, Montesquieu o Dumézil. Lo que el profesor Juan Lorenzo –a la sazón, presidente fundador de la flamante SE-Ret– llamó «la magia del tres». El buen orador puede ser el más poderoso catalizador de la voluntad colectiva y un motor del cambio social. Ante el declive del estudio de la retórica política, en recetarios, encuestas y tuits de uso fácil –compárese la oratoria parlamentaria clásica con los pobres debates de hoy– urge fomentar el estudio de la palabra persuasiva que –como decía Gorgias– «con pequeño cuerpo puede lograr cosas divinas».
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