Opinión

«Juro por... mi carnet del Atleti»

«Juro o prometo por… lo que me venga en gana». Tampoco pasa nada. De tan repetitivo en los últimos tiempos ya comienza a instaurarse como otro «día de la marmota», eso sí, con avisos de circo futuro como algunas fórmulas de acatar la constitución a cargo de los nuevos parlamentarios. Ayer asistíamos en la carrera de San Jerónimo a una constitución de las nuevas cortes donde no brilló precisamente la exaltación de valores del mal llamado «régimen del 78» por no decir que en algunos momentos fue objeto de zarandeo. Tal vez convenga hacer un ejercicio de realismo –con todo el respeto hacia la matemática parlamentaria– a propósito de qué Congreso de los Diputados tenemos en un momento en el que el bipartidismo antes tan denostado está de capa caída y el tan cantado multipartidismo plural se ha hecho mucho más presente en la Cámara Baja. La situación viene a dibujarnos un hemiciclo en el que probablemente una tercera parte de los diputados no son precisamente decididos defensores del régimen constitucional de concordia y convivencia que nos dimos los españoles hace cuatro décadas, a lo que se suma una sopa de letras reflejada en nada menos que dieciséis partidos que en la mayor parte de los casos anteponen al interés general el populismo localista que tantos réditos les ha dado para sentarse en estas cortes generales. Lo visto y oído ayer en el Congreso tiene mucho más ver con una permanente aceptación del estado de derecho «por imperativo legal» u otras consideraciones más o menos peregrinas, que con la disposición a abordar los grandes retos del país, por no hablar de la permanente obstinación frentista por establecer cordones sanitarios a según qué fuerzas en una dinámica de confrontación que no ofrece precisamente razones para el optimismo. Llevamos ya tres años dentro de esta locura de italianización mal entendida de nuestra política, en los que no solo no se han aprobado en el Parlamento iniciativas de auténtico calado, sino que han sido canjeados por cuestiones de «medio pelo» rayanas en la caricatura ideológica los grandes debates que requiere el foro de representación de todos los españoles. Muy difícil se hace de entender que el gran órdago plantado sobre la mesa del estado a través del desafío secesionista catalán no haya tenido canalización alguna –casi se ha escondido bajo la mesa– a través de cuantos grandes debates fueran necesarios en la carrera de San Jerónimo. Más al contrario, por lo que se opta –y este es otro de los peligros que afronta hoy el poder legislativo– es por el planteamiento de mesas de partidos ajenas a las auténticas cámaras de representación popular para abordar nada menos que la mayor crisis territorial de nuestra historia reciente, con todo lo que conlleva de merma para la salud del régimen democrático. Los dieciséis partidos representados tienen la obligación de dar al parlamento su auténtica razón de ser que no es otra más que el debate y solución de los problemas ciudadanos y no convertirlo en un circo de varias pistas y caja de resonancia para «shows» con los que sacar pecho en los billares o el casino de la circunscripción de turno. Empezamos regular.