Opinión

Las caídas de Alejandría

Luis Antonio de Villena, último griego entre los bárbaros, ha publicado el tomo de sus memorias que va de 1997 a 2018. Lo recibí el otro día, en una tarde de hielo, con idéntica emoción a la que experimenté hace ya varios siglos cuando compré en una librería de Valladolid aquella formidable antología poética suya en Visor. En esos días seguía al poeta, novelista, ensayista y articulista con la devoción del jovencito que anhela secarse las frustraciones de la sucia adolescencia para dar algún día como escritor. Villena, al que veíamos en una televisión que hoy se nos antojaría socrática, nos deslumbraba por librepensador, irreverente, cultísimo, elegante y mundano. Pero el dandismo, la lucidez para distinguirse del estercolero ambiente, no le impedían disponer de una conciencia política muy bien articulada, siempre alineado con los perseguidos, los marginados, los herejes, las víctimas, los malditos. A Villena lo leíamos en unas crónicas ricas en nicotina literaria, que ardían entre los dedos, y en unos poemas que quemaban la garganta como relámpagos de nieve. A Villena lo hemos seguido leyendo, ahora que se prodiga menos en los periódicos, con la convicción de que se trata de unos de los grandes escritores de nuestros días. Estas caídas de Alejandría son, al fin, las sombrías barricadas de un mundo venido a menos. Cuadernos o dietarios en tiempo pretérito para contar los días en los que España despertó a la crisis, el bipartidismo agonizó fileteado, los nacionalismos destaparon su vocación de cáncer no por folklórico menos letal o abyecto y los medios de comunicación inauguraron una crisis de lectores, publicidad e ingresos que podríamos calificar sin adornarnos de antesala al infierno. En sus memorias Villena evita el coñazo del sermón. Entiende mejor que nadie que odiamos el tiempo nuevo porque el nuestro declina en amarillo, hijos del calendario y sus flores secas. Tempus flagellum Dei, Dios nos castiga con el tiempo. Lo escribió un monje medieval, cuenta el memorialista, al tiempo que nos recuerda que la historia, aparte de avanzar, puede retroceder, anudarse en sí misma y generar, en el momento de los grandes partos, lagunas de incertidumbre donde florecen los peores arribistas. Bestiario con lo mejor y lo peor de cuanto fuimos, radiografía de varios continentes, meteoro irredento, canto a la civilización y a la amistad, el de Luis Antonio de Villena es uno de los (pocos) libros obligatorios en 2019.