Opinión

Están destruyendo Chile

Chile era (y, de momento, sigue siendo) la economía más próspera de Hispanoamérica. En un continente caracterizado por la inestabilidad política y por el populismo económico (tanto el de izquierdas como el de derechas), el país andino contaba con un marco institucional abierto, previsible y atractivo para el inversor internacional. Gracias a ello, fue capaz de retener el ahorro de sus propios ciudadanos y de atraer el de los extranjeros. Una acumulación interna de capital que ha incrementado sostenidamente su renta per cápita y, en consecuencia, la calidad de vida de los chilenos. Así, entre 1990 y la actualidad, el ingreso por habitante ha aumentado desde cerca de 9.000 dólares internacionales a más de 23.000, esto es, se ha más que duplicado (en comparación, uno de los países referente de la izquierda, Bolivia, ni siquiera llegó a duplicar sus ingresos per cápita durante ese período, desde cerca de los 4.000 dólares internacionales hasta los 7.000). Tan notable desarrollo permitió que la tasa de pobreza extrema del país (porcentaje de la población que gana menos de 1,9 dólares diarios) se redujera desde el 8,1% de toda la población hasta el 0,7% (nuevamente, Bolivia apenas la redujo desde el 7,1% al 5,8%) y que la desigualdad cayera de manera casi ininterrumpida desde un índice Gini de 57,2 a uno de 46,6 (cuanto menor sea este índice, más cerca se halla la sociedad de la igualdad completa). En definitiva, con todos los defectos que haya podido exhibir Chile durante las últimas décadas, es evidente que el país ha mejorado de manera muy considerable y que, además, esa mejoría también ha alcanzado a las capas más desfavorecidas de la sociedad. Por tanto, cualquier crítica que pudiera dirigirse contra el modelo de desarrollo chileno debería ser una crítica muy mesurada pues podría hacer estallar por los aires parte de este incuestionable éxito (de hecho, muchos de los «parches» que los distintos gobiernos han ido colocando a la economía durante las últimas décadas ya han tenido el efecto de lastrar su capacidad de crecimiento). Pero no es esto lo que ha sucedido. La confluencia de un cierto enfado legítimo hacia algunas medidas tomadas por la administración Piñera con la propaganda embaucadora de la extrema izquierda ha alimentado una cadena de protestas multitudinarias que han extendido el caos dentro del país y que han terminado por hundir brutalmente su economía. De acuerdo con el banco central chileno, el índice Imacec, que aproxima la evolución del PIB, se hundió en octubre un 5,4% con respecto al mes anterior: un desplome superior al que experimentó la economía chilena tras el terremoto que asoló el país en 2010. Sin embargo, tal como me han comentado algunos amigos chilenos a raíz de este dato, «en aquel entonces, el terremoto contribuyó a unir al país, pero en esta ocasión las protestas solo nos han dividido mientras avanzamos hacia el enfrentamiento civil». Por desgracia, pues, todo apunta a que las peores consecuencias de las manifestaciones antisistema en Chile todavía están por llegar.