Opinión

Esperando a Esquerra

La legislatura trae aires de inestabilidad. Muy pocos lo dudan. Lo demuestra la misma negociación para consumar la investidura de Pedro Sánchez. Luego, claro, llegará la gobernabilidad, es decir, que ese insólito «copia y pega» de fuerzas diversas que pueden hacer posible el nacimiento de un presidente le deje desarrollarse antes de matarlo. El escenario está tan atomizado que a estas horas nadie puede certificar nada. En realidad, desde 2015 llevamos instalados políticamente en la falda de la montaña del volcán en erupción que hizo volar el bipartidismo. Y no hay visos de cambio. Ciertamente, el momento que vivimos obligaría a los principales líderes a olvidarse de la confrontación para propiciar pactos responsables que garanticen la estabilidad del país. Pero esta actitud difícilmente va a ser posible. Las cuentas se hacen más pendientes del «qué hay de lo mío» que de lo que España necesita. Con todo, sorprende la incapacidad de Sánchez para superar la división en bloques ideológicos. El líder socialista está imbuido de un espíritu que le obliga, con excusas mal traídas, a renegar a toda hora de Pablo Casado. Esto explica que, para esa «mayoría progresista» que busca coser el PSOE, no se trate de sumar fuerzas con un espíritu de defensa de la Constitución firmemente asentado, sino formaciones dispuestas a signar un pacto que inhabilite al centro-derecha. De hecho, casi lo más relevante del paseo del presidente por el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso en la recepción del 41º aniversario de la Carta Magna fue comprobar su estado de ánimo, declarándose una y otra vez «ilusionado» con un futuro Gobierno de coalición. Llama la atención el grado de enamoramiento que ha alcanzado con Pablo Iglesias. Ha dejado de quitarle el sueño. A tanto ha llegado la cosa, que el equipo presidencial puso especial interés en subrayar la complicidad entre su «jefe» y el secretario general de Podemos, sumergido en un lodazal interno de supuestos sobresueldos, manipulación de consultas informáticas o adjudicaciones a dedo a los afines. Miel sobre hojuelas. Sánchez ha hallado en Iglesias un pararrayos capaz de alejar las miradas indiscretas de su apuesta por tirar de la mayoría «Frankenstein» de la moción de censura para mantenerse en La Moncloa. ¿El sentido de Estado? Ni una brizna se atisba cuando está en juego el decisivo apoyo de ERC en la cita de hoy martes en Barcelona. La variedad de ofertas del PSOE a los secesionistas es la constante. «Se avanza, pero no está hecho», gusta señalar el jefe de Gabinete, Iván Redondo, volcado en conseguir una legislatura duradera. «Una vez subidos al coche oficial, será difícil echarlos», me avisaba días atrás un asustado dirigente del PP. Algunos mandatarios populares no ven con claridad el espíritu instalado en Génova que asegura una legislatura fallida que colapsará pronto. Es natural la incertidumbre, vista la capacidad negociadora de la coalición «rojo-morada» para fijar a sus costaleros –desde Bildu a la CUP– y arrinconar a «las derechas» sumando seis de los nueve miembros en la Mesa del Congreso. En las filas del Partido Popular todavía hay quienes siguen dándole vueltas a cómo gestionó sus movimientos Teodoro García Egea, más preocupado por dar el abrazo de oso a Cs, al tiempo que fustigaba a Vox, que de la «Realpolitik». Reveladora al respecto la petición en la trastienda del secretario general popular a la socialista Adriana Lastra para, en la batalla del reparto de escaños, mantener a Inés Arrimadas en un lugar preeminente del hemiciclo y, como consecuencia directa, confinar al gallinero a parte de los de Santiago Abascal.