Opinión

Los presos mimados

Hay un punto de nobleza en los presos golpistas, estarán ustedes conmigo. Al menos han sido consecuentes y penan por lo que han hecho. Más ignominiosa es la situación del botarate fugado, que pasará a la Historia como un cobarde que se ocultó de la policía en el maletero de un coche y recorrió toda Europa buscando madriguera. No deja de ser un pobre hombre, que al parecer recurre a los psicofármacos para combatir la depresión de las interminables tardes oscuras de Bruselas. Me imagino su inmensa mansión, tan cara, los pasillos vacíos, las habitaciones con eco. Cualquiera que haya visitado Bélgica conoce ese cielo panza de burra, tan grisáceo como el ánimo que deja. Esa melancólica lluvia frecuente, esas brevísimas y tristes jornadas, sin nada que hacer desde las cuatro en adelante. Con las calles desiertas y algún bar aséptico desolado. No, no, y no. Prefiero mil veces una cárcel española, más si tiene luz mediterránea, como Lledoners, que ese palacio inhóspito en la más desoladora de las ciudades. Qué verdad es que en el pecado va la penitencia.

Los otros, además, no tardarán en salir. Por un lado, porque hay varios cuyas penas lo permiten. Por otro, porque sopla el viento político de su parte, un vendaval casi. Los técnicos han fijado ya un segundo grado, e incluso hay un poco de coña en todo esto, porque les permitirá participar en «actividades educativas, formativas, socioculturales y deportivas», cuando sabemos de sobra que Oriol Junqueras hace tiempo que da clase a otros presos y que juegan al baloncesto varios de ellos. También que han celebrado cumpleaños fuera de horario, que reciben infinidad de visitas y que tienen asistencia médica particular. Tanto la decisión final sobre el segundo grado como la posibilidad del tercero dependen de la Generalitat y la Fiscalía. A nadie se le escapa que una rápida y benévola «solución» está entre las medidas ofrecidas en la mesa de negociación. Si hay apoyo para la investidura, habrá venia del Fiscal (ya sabemos lo que piensa Pedro Sánchez de la Institución). El mismo segundo grado puede flexibilizarse, si es «políticamente preciso» hasta igualar las condiciones del régimen abierto. La vía es el artículo 100.2 del reglamento penitenciario. Es una excepcionalidad, que se aplica a 472 presos de los 8.000 de las cárceles catalanas, pero ¿qué aspecto de lo que estamos viendo deja de ser excepcional?

El otro, el de Bruselas, tiene para largo. No puede ni poner un pie en su patria. Tiene tanta querencia, que ha anunciado que, si los tribunales europeos le reconocen la inmunidad, se acercará hasta Perpiñán y fijará su casa allí. Un paso más, no se atreve. No le cambio ni una tarde de invierno en Bruselas.