Opinión
Recuerdos de Navidad
En Canción de Navidad, Dickens menciona los espectros de Navidades de distintas épocas. También para mí la Navidad es un mar de episodios. Navidad fue cuando la abuela Remedios desapareció y mi hermano y yo anduvimos buscándola durante horas hasta encontrarla en un estado de postración del que no se recuperaría. Navidad fue cuando nos percatamos de que el tío Pepe, presencia obligada en la cena de Nochebuena, se había ido para siempre. Navidad fue aquella noche fría y gris que, por primera vez, pasé sin mi hija porque me la habían quitado igual que el verano anterior. Pero Navidad fue también cuando mamá cocinaba un pavo insuperable y yo podía salir de casa sin las draconianas restricciones habituales aunque sólo fuera para pelarme de frío y tenía más tiempo para transportarme con la lectura desde Vallecas a los mares del sur, el lejano oeste o las calles de Moscú. O Navidad fue cuando me regalaron una inesperada cesta en una radio y la precariedad en que vivía se disolvió en la alegría de la dádiva inesperada. O Navidad fue cuando leí «Los viajes de Marco Polo» o vi, por primera vez, «¡Qué bello es vivir!» Todos esos recuerdos gratos, sufrientes o agridulces los atesoro en mi corazón como algo muy especial. No son los únicos. Quizá tampoco los mejores, pero sí se encuentran entre los más hermosos. La razón es que todos y cada uno de ellos ha quedado asociado en el interior de mi corazón con el nacimiento de Jesús. Hace cuarenta y dos años, mi vida dio un vuelco cuando, leyendo el Nuevo Testamento en griego, decidí entregarle mi futura existencia a quien nació en Belén de acuerdo con el anuncio del profeta Miqueas. Mi vida no ha sido casi nunca fácil a lo largo de estas más de cuatro décadas, pero sí puedo decir que en los momentos más duros, más difíciles, más solitarios, más dolorosos siempre he sentido la luz, la paz y el amor que sólo emanan de Jesús y que carecen de paralelo en este mundo en el que vivimos. Por eso, la Navidad es para mí siempre una fecha grata, porque es cierto que, como dice el villancico tradicional, «nosotros nos iremos y no volveremos más», pero el nacido en un pesebre nos garantiza que, si creímos en él, con él nos reuniremos por toda la eternidad.
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