Opinión
El Watergate de Sánchez
El principio del fin de Nixon fue una operación malvada chapuceramente organizada y peor ejecutada: la entrada en el cuartel general electoral del partido rival en el edificio Watergate de Washington. Y en un país con el nivel de libertad de prensa que había y hay en EEUU, Pedro Sánchez estaría empezando a entrar en modo pánico por la seria posibilidad de perder la poltrona, su amado Falcon, el Airbus y las decenas de edecanes por culpa del tan torrentiano en las formas como indignante en el fondo episodio de la Embajada de México en Bolivia. Donde curiosamente están escondidos nueve gerifaltes de la autocracia de Evo Morales, entre ellos, el delincuente que regó con dinero público del paupérrimo país a Podemos y su entorno: Héctor Arce. Casualmente allí se presentó el jueves la encargada de Negocios de la legación española, inocentemente acompañada por cuatro GEO que aleatoriamente habían llegado al país andino seis días antes con pasaportes curiosamente expedidos para la ocasión. Estos policías de élite sólo se desplazan a plazas de alto riesgo como Irán o Afganistán, entre otras perogrullescas razones, porque están para resolver operaciones especiales en España. Y que cuando se mueven tienen dos únicos objetivos: proteger nuestras sedes diplomáticas y al embajador de turno. Parafraseando a Rick en «Casablanca», de todos los tugurios, de todas las ciudades, de todo el mundo, tenían que aparecer en la Embajada mexicana en La Paz. Y, tal y como han insistido las autoridades bolivianas, iban a lo que iban. Las cosas son casi siempre lo que parecen. Ni era una visita de cortesía, ni los GEO debían estar allí, ni una funcionaria de segundo nivel de una embajada de tercera va acompañada de cuatro rambos de la Policía así porque sí. Me creo a pies juntillas la versión boliviana: el montaje no tenía otro objetivo que sacar de tapadillo a los testigos clave contra Podemos para conducirlos a un país seguro, tal vez Venezuela, quizá Cuba o a lo mejor la vecina Argentina, donde se encuentra huido de la Justicia el corruptísimo Evo. Me parto de la risa al ver cómo Moncloa y sus periodistas de cámara intentan tapar el escándalo: hablan de «confuso incidente». Confusa su ética, jajaja. Esto no es más que un favorcete de Sánchez a su otrora odiado Iglesias para que no le deje compuesto y sin Moncloa. Punto. En un país serio, con contrapoderes de verdad, Sánchez dimitiría hoy mismo.
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