Opinión

Programa común

Al filo del 2020 y para cerrar la segunda década del siglo XXI, los españoles vamos a asistir al arranque de un experimento inédito. Un gobierno compuesto de socialistas y populistas de izquierdas, con el apoyo externo de nacionalistas e independentistas. ¿Qué tienen en común todas estas fuerzas? Si dejamos de lado al PNV, que en cualquier caso ejerce de centrista sensible, el elemento compartido es el progresismo. Progresismo a lo grande, por lo que se nos anuncia, con grandes planes de reequilibrio e igualitarismo. Más gasto, por tanto, más impuestos y también más Estado, en un sentido moderno: más intervención y más militancia del Gobierno en pro del cumplimiento de los derechos, irrenunciables, indiscutibles y siempre ampliables. Al tiempo que gasta lo que no tiene, el Estado se va a convertir definitivamente en el gran moralizador de nuestra vida. Ni un solo punto va a quedar sin tocar. Al frente de esta gran empresa ética, porque este es uno de los meollos del asunto, estarán Sánchez e Iglesias… Si buscamos incluir al PNV en el programa común progresista, nos encontramos con otro elemento: la deconstrucción de España. Aquí sí que caben todos, desde los independentistas hasta los confederalizadores –el propio Presidente del Gobierno–, pasando por quienes, como los nacionalistas vascos, aspiran a consolidar el statu quo ya conseguido de zona autónoma autogestionada, ajena a la nación española. El progresismo hispano toca así su sueño: refundar España sobre unas bases distintas a las fracasadas –en esto todos están de acuerdo– que una vez constituyeron las de la nación unida.

El tiempo pretérito se impone. Estamos a punto de dejar atrás la España que hemos conocido, esa identidad española de la que los progresistas españoles creen poder prescindir, para entrar en la construcción de una nueva, con identidades y ciudadanías variables y diversas. La clave son los territorios, pero intervienen otros elementos, introducidos hace tiempo con aplauso casi unánime: el género, la procedencia, la historia, la edad… Es la otra cara de la empresa de moralización. Habremos de reeducarnos en esta nueva España de la diversidad, definida por un Estado que apoya y promociona lo que nos diferencia. La debilidad que sostiene el proyecto no impide su gigantismo. La nada vale aquí por el todo, y aún más que eso. A partir de ahora, es lo único que, políticamente hablando, nos unirá. ¡Feliz y diverso año nuevo!