Opinión

Moción de censura al Estado

Ahora que tanto gustan algunos de actualizar problemas pretéritos para soslayar los actuales, tras el debate de investidura recordé como Fernando VII apodado el felón, propició el motín de Aranjuez en plena ocupación napoleónica para hacer renunciar a su padre Carlos IV, a renglón seguido se acomodó con servil actitud en el exilio forzado por Napoleón. A su regreso, en 1814 abjura de la Constitución de 1812 restableciendo el más puro absolutismo con la frase «Mi real ánimo es no solamente no jurar ni acceder a dicha Constitución, …sino el de declarar sin efecto, ahora ni en tiempo alguno, como si no hubiesen pasado jamás tales actos». Tras la sublevación de Riego y la instauración del trienio liberal, Fernando VII juró la Constitución de 1812 en 1820 diciendo «Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional». Tras ello, solicitó la intervención de la Santa Alianza, y con la ayuda de los Cien Mil hijos de San Luis restableció el absolutismo en 1823, cualquier cosa con tal de mantenerse en el poder. Todo esto ocurrió en un periodo de unos veinte años, hoy hemos podido comprobar cómo se pueden dar actualizados bandazos políticos en tan solo cuatro meses. Tras oír en relación con Cataluña de boca del candadito Sánchez que «necesitamos retomar el diálogo político en el punto en que los agravios comenzar a acumularse, retomar la senda de la política dejando atrás la judicialización del conflicto», sentí una zozobra muy próxima a la que siendo un joven estudiante viví aquel fatídico 23 de febrero de 1981. Estamos ante un candidato que ya ha sido presidente gracias a una moción de censura contra un gobierno, y ahora lo que propone es una moción de censura al propio Estado, despreciando el Estado de Derecho, porque pareciera que no se cree ni en el estado ni en el derecho. El candidato ha llegado a calificar la actuación judicial como una deriva, lo cual no solo es comprometer la actuación de los jueces, sino denigrarla, salvo que desconozca lo que significa el término deriva –abatimiento o desvío de la nave de su verdadero rumbo por efecto del viento, del mar o de la corriente–. No cabe mayor deslealtad hacia el Estado de Derecho, y todo por un puñado de votos para mantenerse en el poder.