
Apuntes
Política de gestos para consumo propio
Reconocer el Estado palestino es un brindis al sol, eso sí, sin riesgos propios
La idea de defender un gobierno como el actual de Israel, con un primer ministro, Benjamín Netanyahu, con problemas judiciales y al frente de una coalición de seis partidos -el conservador Likud, dos formaciones religiosas ultraortodoxas y tres de extrema derecha sionista- que bien podría actuar de espejo de la mayoría que se sumó a la moción de investidura de Pedro Sánchez y todavía le mantiene en el machito, no es plato de gusto para nadie, mucho más si se trata de un jefe de Ejecutivo que está tratando de ajustar cuentas con el Poder Judicial, cambiando el procedimiento de elección de los jueces -¿les suena?-, y reduciendo la potestad del Supremo para fiscalizar las actuaciones gubernamentales, todo ello con una mayoría parlamentaria por la mínima. Es, además, un gobierno en el que se integran ministros que llevaban décadas reclamando mano dura con los palestinos, la extensión de los asentamientos judíos en Cisjordania y, como objetivo final, la anexión total de lo que ellos llaman Samaria y Judea, a los que pilló en la inopia el ataque terrorista del 7 de octubre llevado a cabo por Hamás y, también, por una parte de la canalla gazatí descontrolada, que vio la oportunidad de sumarse a la matanza, el pillaje y la violación en masa de jóvenes hebreas, actos de salvajismo y puro odio filmados y exhibidos por sus propios autores que supusieron un shock tremendo para la población israelí, muy difícil de entender en toda su gravedad desde unas sociedades a las que nadie pone en duda su derecho a existir y con políticos que frivolizan con lemas como «desde el río hasta el mar» que es, simple y llanamente, la expresión de deseo de la aniquilación de los judíos de Israel. Pues bien, ese gobierno de circunstancias, con unos votantes de derechas rehenes de los más extremo de la política del país, es el que está librando la guerra contra Hamás, la que se pretende que sea la última de la larga decena de guerras con Gaza, sin miramientos ni conmiseración sobre la población civil palestina, de la misma manera que los occidentales llevaron a cabo la campaña de bombardeos que asoló la Alemania gobernada por los nazis, lanzaron las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki y desfoliaron a base de napalm y herbicidas las profundas selvas de Vietnam… Quien esto escribe estaba en Israel cuando caían sobre Tel Aviv, Haifa, Ariel y Jerusalén los misiles Scud-B de Sadam y las potencias occidentales exigían al gobierno de Samir contención, es decir, que se aguantara, no fuera a ser que los árabes que formaban parte de la coalición internacional contra Irak se retiraran. Y la población de Israel apretó los labios y aguantó. Como ha venido aguantando los periódicos lanzamientos de cohetes desde Gaza o el Líbano, los atentados con bombas en sus estaciones de autobús, centros de recreo, mercados… y los centenares de bajas propias de cada operación militar de represalia, que nunca terminaba con la eliminación definitiva de la amenaza. Hoy, parece que el gobierno de Israel está dispuesto a llegar al final sin que el reguero de destrucción y muerte a su paso, sin que las imágenes atroces de los cadáveres de los niños ni el clamor horrorizado de occidente vaya a detenerle. Y sí, podemos reconocer a Palestina, pero es un gesto vacío, sólo útil en la política doméstica y con muy poco riesgo.
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