Opinión
¿Investidura o embestidura?
La investidura de Sánchez, todavía en el aire, se ha convertido en el más bronco espectáculo parlamentario desde que España recuperó la democracia. Hasta el punto de que la turbulenta sesión recordaba aquello de Machado: «De diez cabezas, nueve / embisten y una piensa/. Nunca extrañéis que un bruto / se descuerne luchando por la idea». Todas las cabezas, unas más, otras menos, han subido a la tribuna de oradores embistiendo. Y la que más la de Bildu, que ha elevado la irritación de la Cámara a niveles desconocidos, entre la complacencia cariñosa de Pablo Iglesias, el futuro vicepresidente, si no hay quien lo remedie, y el silencio cómplice e interesado del presidente, aún en funciones.
Una cosa ha quedado clara en esta investidura o, más bien, embestidura. No ha sido precisamente el candidato, con su aire prepotente y retador, agarrado a los compromisos con las fuerzas oscuras que había desechado cuando se presentó a las elecciones, el que ejercía noblemente el pensamiento. Lo suyo era embestir brutalmente contra la derecha, que se ha erigido en esta sesión de investidura en representante fiable y menguante de la España constitucional. Esta derecha, tan denostada, incluye a fuerzas conservadoras, liberales, democristianas y algunas socialdemócratas, que llevaron las riendas de la Transición y de la etapa constituyente, las mismas que impulsaron el consenso y la concordia que ahora aparecen amenazados o eliminados.
Desde las bancadas de la derecha acusaban a gritos al candidato, sin guardar la compostura, en un irresistible clima emocional, de no pensar en España, uncido como aparece a sus enemigos históricos, y de poner en riesgo la Monarquía y la Constitución. Sánchez lo niega y se descuerna luchando por la idea de un «Gobierno progresista», un experimento explosivo y peligroso con Podemos y los nacionalistas de la periferia. En realidad lucha, esa es la impresión general, por hacerse personalmente con el poder y tomar definitivamente la Moncloa. Lo demás no pasa de ser un envoltorio retórico, que se puede cambiar cuando convenga. Su errática trayectoria y su descarada ambición lo convierten en el presidente menos fiable de la democracia. Se han roto demasiados puentes, cuando nada importante se podrá hacer, ni en Cataluña ni en ningún sitio, en esta azarosa etapa que comienza, sin consenso, sin las bendiciones de Europa y sin colaboración activa de la izquierda y la derecha.
La entronización definitiva de Sánchez en la Moncloa depende de un par de votos. Veremos qué pasa el martes en la sesión definitiva. No deja de ser curioso que el Gobierno de España dependa del voto de «Teruel Existe». Menguado favor le ha hecho al noble movimiento en favor de la España vaciada, encabezado por «Soria, Ya» y por «Teruel Existe», la entrega interesada del representante turolense, Tomás Guitarte, al candidato socialista, en vez de haber guardado, como correspondía, una exquisita neutralidad política. No sólo ha defraudado a muchos de sus votantes de buena fe, sino a los que venimos luchando contra la despoblación y la salvación de los pueblos. La representante de Canarias y el representante de Cantabria le han dado una lección de dignidad. Lo probable es que en la sesión del martes, salvo casos de fuerza mayor e imprevisibles, –no faltan quienes hacen rogativas y mueven teléfonos para que ocurran– se mantengan los resultados de la votación del domingo. Con esta pírrica victoria, Pedro Sánchez alcanzará su sueño, Pablo Iglesias tocará por fin el cielo con las manos y España inaugurará, con más preocupación que esperanza, el primer Gobierno de coalición.
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