Opinión
La Francia de Macron se instala en la protesta
Richard es conductor de una de las líneas urbanas de autobuses de París. A sus 51 años reconoce que no tiene lejos el horizonte de la jubilación, secunda la huelga de transportes que vive Francia desde el primer día e incluso, no ha dejado de salir a la calle durante las fechas navideñas. Para él no hay tregua que valga con el Gobierno. Tampoco en Navidad.
“Macron intenta presentarnos ante los ciudadanos como unos privilegiados pero la gente debe saber que lo que pretende el gobierno con la reforma es desmantelar el sistema social”. Lo encontramos en la manifestación que recorría las calles de París el pasado sábado 28 acompañado de otros colegas del servicio de transporte público de la capital, que han conseguido batir el récord de una huelga indefinida desde el pasado 5 de diciembre contra la reforma de pensiones del Gobierno que pretende unificar en un solo régimen los 42 que actualmente configuran el complejo sistema francés y elevar hasta los 64 la edad para percibir una pensión completa.
Junto a Richard, su compañero Loïc, que lleva una pancarta que caricaturiza a Macron como si fuese el absolutista Luis XIV, el “rey sol”. “No le bastó con los chalecos amarillos el año pasado y quiere seguir echando un pulso, pues aquí nos encontrará en la calle”, cuenta para LA RAZÓN. De repente, ambos se unen a otros manifestantes que corean “Ça va peter!” (¡Esto va a explotar!) mientras encienden una bengala en un ambiente tan festivo como hostil hacia el Ejecutivo galo.
Estamos en el Boulevard Magenta, a pocos pasos de la Estación del Norte, en un día frío que invita más a celebrar la Navidad en casa que a gritar en la calle contra las políticas reformistas de Macron. Apenas son unos miles los irreductibles que no han dejado de manifestarse en Navidad, pero poco les preocupa la afluencia porque vaticinan que el 9 de enero, fecha de la próxima convocatoria de movilización nacional, la cifra de manifestantes va a superar las anteriores y será entonces cuando Macron se sienta ante las cuerdas al corroborar que el movimiento de protesta no pierde fuelle tras el parón navideño.
El sueño de los manifestantes es que se repita el escenario de 1995 cuando el primer ministro, Alain Juppé, tuvo que retirar su reforma de pensiones ante la contestación en la calle. Pero, pese a su determinación, no tienen todas consigo en que el Gobierno vaya a dar su brazo a torcer.
No parece que el discípulo de Juppé, el actual ministro Edouard Philippe, vaya a seguir los pasos de su mentor. Philippe ha dedicado el parón navideño a trasladar con cuentagotas una serie de concesiones menores para intentar desactivar las protestas a la vuelta de vacaciones. De momento, difícil calibrar si sus concesiones hacia ciertos sectores tendrán un impacto en la cantidad de gente que salga se movilice el 9 de enero.
Dos días antes, el día 7, tendrá lugar la próxima mesa de negociación entre sindicatos y Gobierno con una situación de bloqueo a la que ambas partes han llegado haciendo un mal cálculo: los sindicatos ya admiten que este Gobierno no seguirá los pasos del de Juppé en el 95 retirando la reforma tras tres semanas de protestas y el Gobierno, por su parte, contaba con que la prolongación de tantos días de huelga tuviese una notable erosión en la opinión pública y que ésta acabará dando la espalda a los huelguistas, cosa que tampoco está sucediendo si atendemos a las cifras que van arrojando los sondeos.
La situación que deja este choque de trenes es de una encrucijada que sigue dejando a Francia a medio gas y que nadie sabe a ciencia cierta cómo ni cuándo puede acabar. Lo único cierto es que la guerra de comunicación por convencer al ciudadano de uno y otro lado continua y no ha dejado tregua en Navidad.
Los planes del Gobierno continúan inamovibles y el Ejecutivo pretende presentar el 22 de enero en Consejo de ministros el proyecto de reforma. Los portavoces oficiales y oficiosos del continúan esforzándose por transmitir el mensaje de que la reforma pretende un sistema más justo y con menos privilegios para algunos colectivos. Una idea que era compartida en principio por una buena parte de la opinión pública, pero la idea de acompañarla de un prolongación de la edad de jubilación para cobrar la pensión completa a 64 años introduciendo un sistema de incentivos y penalizaciones ha sido la gasolina que ha mantenido bien engrasada y con apoyos la movilización en la calle.
El punto de la edad le hizo perder al gobierno el apoyo del sindicato reformista mayoritario CFDT. Ahora, el Gobierno se muestra dispuesto a “hacer mejoras” en la reforma para recuperar los apoyos perdidos. Una especie de concluir la reforma pero a un ritmo más lento y haciendo concesiones a varios sectores. No parece que esto pueda realizarse si al menos no transige en eliminar esa llamada “edad pivote” de 64 años.
Era un mensaje conciliador de este tipo lo que muchos esperaban el 31 de diciembre por la noche. Desde el Elíseo, Macron trasladaba su tradicional discurso difundido por televisión. Lejos de retirar la reforma, el presidente galo defendió su proyecto estrella para el quinquenio. “La reforma de las pensiones se llevará a cabo porque es un proyecto de justicia y de progreso social”, sostuvo Macron en su discurso, de 18 minutos, en el que dedicó casi una cuarta parte a esta cuestión. A pesar de su firme decisión de completar la reforma, el mandatario aseguró que no hace oídos sordos a los “miedos” y “angustias” expresadas estas últimas semanas, pero entre las que también ha habido, subrayó, “mentiras y manipulaciones”.
Las palabras del mandatario han calentado aún más los ánimos para los próximos días en las filas de la CGT, el sindicato más combativo contra la reforma. Su líder, el sindicalista de origen español Philippe Martínez, ha acusado al gobierno de “jugar a la putrefacción” con la situación de bloqueo creada. “Emmanuel Macron se ve como el hombre del nuevo mundo, pero imita a Margaret Thatcher”, dijo. Según Martinez, que exige la retirada total del proyecto de pensiones, el discurso de Nochevieja del presidente debía servir para que el mandatario admita que “se ha equivocado”, algo que no ocurrió.
Y mientras el pulso continua, Richard y Loïc cuentan para LA RAZÓN cómo se están organizando ante la prolongación del calendario de paros. “Mantener la huelga tanto tiempo es muy duro, pero más lo sería jubilarnos con bastón”. Mientras nos explican su sistema de múltiples colectas para apoyar a los huelguistas: desde las que funcionan en redes sociales hasta las huchas de cartón que circulan por los cortejos de las manifestaciones. “Estoy sorprendido de la cantidad de dinero que dejan los ciudadanos. Esto significa que nos apoyan porque saben que estamos defendiendo las pensiones de sus hijos”, dice Loïc.
Todos parecen dispuestos a mantener el pulso en una Francia que cumple un mes funcionando a medio gas. Ni las quejas del sector de la restauración, que ha visto reducir sus reservas entre un 10% y un 20% a causa de las huelgas e incluso un 30% en las boutiques del centro de la capital, ha logrado poner fin al bloqueo. Si el Ejecutivo sigue adelante con sus planes a la fuerza, el proyecto llegaría a la Asamblea Nacional en febrero y podría ser aprobado el próximo verano gracias a la mayoría macronista de la cámara. Todo esto si Francia no se ha incendiado definitivamente antes.
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