Opinión

Sánchez quiere a Casado en la calle

«Jamás un presidente tan débil se ha mostrado tan desatado». La observación corre por los mentideros políticos. Nadie conoce con exactitud las intenciones de Pedro Sánchez, más allá de Iván Redondo y de una reducida guardia de corps en La Moncloa. La propia Carmen Calvo se enteró casi en tiempo real del cambio de los Consejos de Ministros de los viernes a los martes. Tampoco pesos pesados como José Luis Ábalos o María Jesús Montero tenían claro en las horas previas al estreno del nuevo Gobierno si tendrían sobre la mesa la comprometida revalorización de las pensiones. El equipo de ministros más extenso de la democracia, y de coalición, va camino de ser el más presidencialista.

Sánchez hubo de tragar mucha quina los pasados meses. Incluso la última hoja del calendario de 2019 cayó marcada todavía por las quinielas sobre su investidura. Ahora, desea cambiar su victoria, sin duda pírrica, en una carrera estelar. Ha tenido meses para conocer el paño de armiño que aguanta entre sus manos y tiene bien pensado cómo usarlo en su beneficio. Nos aguarda un rosario de imágenes tras imágenes repletas de sensaciones.

Simbólicamente, le ha cortado la coleta a Pablo Iglesias, uno entre cuatro vicepresidencias. Eso sí, no para de halagarle. El estreno de María Jesús Montero como portavoz, flanqueada por Isabel Celáa e Irene Montero, respondió a esa voluntad de crear en las huestes moradas la sensación de que viven en el mejor de los mundos. «En este Gobierno no hay ministros de Podemos ni ministros del PSOE. Este es un Gobierno de coalición», bendijo, creyéndoselo o no, la titular de Hacienda. A su lado, la otra Montero, Irene, a pesar de su facilidad para conectar, demostró su inexperiencia. Se diluyó. No fue capaz de ofrecer respuestas. A Iván Redondo, atento en primera fila, se le escapaban medias sonrisas, porque también se trataba de eso: de recordar al público que, «por suerte para los españoles», es el PSOE el que tiene los mandos ante «los advenedizos» de Podemos. Esto si hablamos de coaligados, claro, porque más amarga pócima se reserva a los «enemigos» políticos.

A partir de ahora, más si cabe, la belicosa línea discursiva del Gobierno pasa por vincular a la oposición con lo más retrogrado. Cualquier cosa sirve si presenta a PP, Vox y por añadidura a Cs como amenazas para la misma democracia. Fíjense la estúpida controversia creada alrededor de la libertad de los padres a supervisar la educación de sus hijos en los colegios de Murcia. Una polémica de laboratorio social escogida por los estrategas del «Gobierno progresista» para desviar la atención de su errático estreno. Poco importa que el ahora bautizado como «pin parental» lleve quince años implantado en Madrid sin mayores problemas.

La idea del PSOE y Podemos, pese a los baches enormes que van a encontrarse en su camino, fruto primordialmente de la debilidad parlamentaria que arrastran, pasa por durar cuanto se pueda. Como mínimo, tres años. Para ello buscan edificar un «relato» aferrado a la épica de la batalla ideológica. Desearían tener a la oposición permanentemente tras la pancarta en las calles. Una prolongada foto de Colón usada hasta que pierda el color para apiñar al «progresismo». Saben, sin embargo, que Pablo Casado no está por la labor. Por más que los acontecimientos vayan a velocidad de vértigo y el PP tampoco puede dar la sensación de que frente a la irracionalidad y el sectarismo social-populista hay un vacío. O peor aún, que solo está Vox.