Opinión

Unidad

La encuesta de NC Report sobre los apoyos del gobierno publicada ayer por LA RAZÓN muestra una doble situación. Por un lado, hay una clara división en dos bloques, uno de ellos gubernamental y el otro en contra. Pero mientras este último manifiesta un rechazo de fondo hacia el gobierno progresista y los apoyos nacionalistas e independentistas que recibe, el otro no aparece ni mucho menos unánime en el respaldo a Sánchez y sus aliados. Lo esperable, en estas condiciones, es que el Gobierno intente encerrar a la oposición en sus posiciones a la contra, con actitudes cada vez más exageradas y ruidosas, hasta el punto de parecer paródicas para todo lo que no sea el mundo de la oposición, cada vez más restringido, si se cumplen los deseos de la coalición gubernamental.

Para afrontar este hecho, conviene recordar de dónde venimos. Nuestro país, en este aspecto, no difiere de lo que está ocurriendo en todo Occidente, que es en buena medida una rebelión contra lo que se podría llamar las clases gestoras, aquellas que, aun siendo eficaces a la hora de salir de las crisis, no han ofrecido a la opinión pública elementos para comprender la situación actual ni perspectivas para afrontarla en todo lo que tiene de precariedad, inseguridad y pérdida de referencias.

En la apreciación de esta rebelión hay algo más que diferencias de matiz, aunque en general se comparte la idea de que es imposible volver a la situación anterior. Entonces esas mismas clases gestoras permanecían mudas, ajenas a la gigantesca problemática derivada de la crisis y a la forma que han tenido y tienen los progresistas de afrontarla, que es la ofensiva en términos de políticas de memoria y de identidad, incluida la simpatía por el nacionalismo. Coyunturalmente, estas políticas pueden dar algunos frutos. Muy pronto acaban creando fracturas en la misma alianza que pretenden forjar, como se intuye en la encuesta de ayer y como demostraron las elecciones de noviembre con el retroceso del PSOE. Si se quiere recuperar el terreno perdido, se trataría por tanto de ofrecer respuestas a las preocupaciones del electorado, desde el medio ambiente a las cuestiones de identidad y de memoria. De fondo, la clave podría estar en hacer explícita la voluntad de seguir viviendo juntos y presentar una política que lo permita, lejos de la exclusión que tanto gusta al progresismo.