Opinión

Burrell en Santa Coloma

Ese Trapero que lloriquea en la Audiencia, convencido de que lo de Puigdemont era una barbaridad, guardaba un helicóptero marca Acme bajo el colchón y durmió a pierna suelta durante los tres meses que conmovieron a España. Pasaba de las reuniones con el coronel De los Cobos y enviaba a un subalterno. Desconocía qué cosa eran los CDR. Encargó la defensa de la democracia a una punta de binomios, agapornis. No decomisó las urnas. No bloqueó la transmisión del resultado. No vomitó, colorao´ de vergüenza, cuando los Mossos desampararon a sus colegas. No desalojó los colegios durante las noches previas. Tampoco pió cuando el delincuente atravesaba la frontera para instalarse en Waterloo y ponerse ciego de cervezas, mejillones y trolas. Trapero, muy celebrado por la parroquia xenófoba la mañana en que hizo burla de un corresponsal extranjero, Trapero, cosido a la ignominia del «Bueno, pues molt bé, pues adiós», es ya el reverso institucional, viscoso, arrastrado, de Bogart. Un fontanero del autobombo que nos interesaría como tipo humano si sintiéramos la más mínima curiosidad por aquellos personajes dispuestos a canjear el desprestigio de la institución que dirigen por medrar en la cucaña. Trapero, ropavejero, trapecista consagrado al bel canto cual mustia gallinácea, aceptó palmaditas, honores, masajes y títulos de un gobierno al borde de la insurrección a cambio de embridar a los agentes que dirigía. Trapero, que compraba guayaberas mientras otros tocaban la guitarra, gracioso oficial en la corte de ositos bisuteros, lucía la mano derecha sobre la izquierda, chulesco, cuando la organización criminal, hoy condenada en firme, orinaba sobre el rastro de requerimientos judiciales. Trapero, de Santa Coloma, aspira a salvarse vendiendo a sus antiguos jefes, pornógrados de lo identitario, luego de haber traicionado a sus subordinados. Incluso entre los Mossos de ideología independentista le recriminan cómo los usó durante el 1 de octubre. Lo acusan de dejarlos tirados a los pies de la caballería totalitaria travestida de abuelita apaleada y nene como carnaza selfie a hombros de unos padres indignos. Trapero es ya nuestro Erwin Burrell, comisario charnego de serie B que renunció a ser policía para ejercer como humillado correveidile. Descontada la cárcel, que ojalá, tiene asegurado el desprecio de sus antiguos patrones y el aborrecimiento de los Mossos fieles al juramento de cumplir y hacer cumplir la ley. A los cobardes y a los trepas no los quiere nadie.