Opinión

Una historia galdosiana

Cuando leo en el periódico que ahora hace cien años que murió Galdós, comprendo que nadie va a faltar a la fiesta literariamente beatificadora, aunque no siempre fue así, porque en otros tiempos era distinguido andar diciendo que Galdós era un escritor pequeño-burgués –lo más despreciable que se podía ser– y su lengua era la de un vulgar «garbancero».

En tiempos anteriores, Galdós tenía ante todo una leyenda política como republicano y anticlerical para los que les importaban esas cosas, y se dedicaban a hacer apartados políticos como de ganado entre los escritores, pero a quienes les gustaban las historias de Don Benito, que a veces sucedían a su vera, les daban igual estas modas de los entendidos, y cuando Don Benito hizo una adaptación teatral de su novela «Doña Perfecta» que le salió bastante sectaria, ésta es la verdad, se lo perdonó porque al fin y al cabo, era la obra de un narrador que contaba una triste historia española.

Galdós era mirado en general con ojos atravesados, por los conservadores, cuando se convirtió en pendón político, y de color abierto y liberal, que son palabras que no dicen nada pero remueven mucho. Y más tarde no ponían buena cara a Galdós por su amistad con don José María de Pereda, que era carlista, y ello pareció hasta un fallo del principio de contradicción, que llegó hasta la misma Academia de la Lengua por boca del propio Galdós que dijo, cándidamente, que «nuestras sabrosas conversaciones terminaban a menudo con disputas, cuya viveza no traspasó jamás los límites de la cordialidad. No pocas veces, llevado yo de mi natural conciliador, cedía en mi opinión. Pereda no cedía nunca. Es irrebatible, homogéneo, y de una consistencia que excluye toda disgregación… Más fácilmente conquistaba él en mí zonas relativamente vastas, que yo en él pulgadas de terreno. Pero esas extensas zonas, justo es decirlo ingenuamente, las volvía él a perder en cuanto nos separábamos, y la pulgada de terreno, si por acaso lograba yo ganarla con gran esfuerzo, era recuperada por mi contrario, y, a la primera entrevista nos encontrábamos lo mismo; él con sus creencias, yo con mi opinión». O como quien dice que jugaban a ver quién resistía mejor los argumentos del otro, y parece que quien resistía mejor era Pereda y el que cedía más o menos de mentirijillas era Galdós, Y se seguía repitiendo la historia. Está muy bien, y eso era convivir, no se ve ningún problema.

De aquel mismo Madrid galdosiano, una señora también pequeñoburguesa contaba por su parte que su madre cuando el que luego fue su marido iba a buscarla para dar un paseo y se adelantaba un poco, su abuelo le explicaba que tendría que volver un tiempo más tarde porque en aquella casa era el tiempo del rezo del rosario. O también podía sentarse al brasero de la camilla no a leer ningún periódico liberal que no entraban allí pero sí a don Benito Pérez Galdós del que había alguna novela, junto a las de Pereda precisamente, y en la casa las habían leído todos con diferentes pareceres.

Y otra cosa era que Galdós se hubiera desmandado un poco en «Doña Perfecta» en el teatro, como la protagonista se había desmandado según se decía allí, y esto también era convivir. Porque este país tiene una Historia llena de grescas perfectamente vergonzosas, pero también tiene una Historia de pacífica convivencia, no estamos condenados a ningún fatum inexorable, y nuestros hombres públicos de cualquier nivel no tendrían que inventar nada nuevo. sino que, tras haber salido de un tiempo a veces verbenero y a veces trágico, ayudarnos a recomponer una simple sociedad de acogida humana y de mera tolerancia municipal y de meros vecinos, sin necesidad de justificaciones dialécticas como parece que necesitó la amistad de Galdós con Pereda, que ha venido resultando tan admirable entre nosotros, y practicaban sin saberlo bastantes familias del común que no sabían nada de teoría de la libertad y no necesitaban leyes para practicarla.