Opinión

Maduro pasa al cobro las facturas

Pedro Sánchez ha vuelto a protagonizar un «triple salto mortal» de esos a los que nos tiene acostumbrados a los españoles. Pero este es el primero en el ámbito internacional, con lo que eso supone de recelo en el mundo para España.

¿Cómo entender, si no, que el mismo Sánchez que anunció solemnemente desde La Moncloa que reconocía a Juan Guaidó como presidente encargado de Venezuela, le haya dado con la puerta en las narices en la primera oportunidad que tenía de verse con él cara a cara?

Si bien siempre resulta complicado digerir las intenciones de Iglesias, tan allanado a la dictadura venezolana, más lamentable ha sido, por su responsabilidad institucional y su repercusión, el rechazo de Sánchez a recibir a Guaidó.

Aquel gesto del presidente español fue un compromiso democrático, un espaldarazo a Guaidó para encabezar una transición que debía devolver la libertad al pueblo venezolano. No cabía otra, toda vez que Nicolás Maduro se había proclamado jefe de Estado tras un proceso electoral ilegítimo. Con tales antecedentes en la mano, es incomprensible la actitud ahora de Sánchez. O no tanto, ya que es palmario que el PSOE viaja lastrado en política exterior por la entrega de sus socios de coalición a la tiranía chavista y sus tejemanejes en las autarquías americanas.

¿Cómo entender que Pedro Sánchez dé la espalda a la alternativa democrática venezolana que todo el mundo impulsa salvo media docena de populismos y ese Vladímir Putin perejil de todas las salsas?

Difícil de creer, viendo el tono contundente contra Maduro empleado por aquel otro Sánchez –que diría Carmen Calvo– en su viaje de enero de 2019 a la República Dominicana, en plena crisis venezolana, para asistir a la clausura del Consejo de la Internacional Socialista: «Quien contrapone socialismo y libertad, quien responde con balas y prisión a las ansias de libertad y de democracia, no es un socialista, es un tirano», dijo, provocando el aplauso general.

Pero todo ha quedado en un nuevo ejercicio de ese «marxismo» que tanto ha frecuentado Sánchez es su breve carrera política: «Estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros…»

El presidente ha preferido esconderse tras el burladero de la Unión Europea con el mensaje, siempre socorrido para él, del «diálogo». Tal ha sido su raquítica receta para un pueblo que sufre hambre de alimentos y de libertades.

Especialmente extravagante ha resultado la forma de echar balones fuera del presidente español ante la escapada nocturna de su ministro José Luis Ábalos para verse con la vicepresidenta venezolana Delcy Rodríguez.

Ábalos ha pasado en pocas horas de la negación absoluta de la reunión en Barajas a hablar de «encuentro casual» y reconocer un «saludo forzado», para terminar afirmando que fue el mensajero del ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, para recordarle a la número dos de Maduro que no podía pisar suelo español por estar incluida en el listado de personas sancionadas por Bruselas y acusada de violaciones de los derechos humanos. Todo un ejercicio de despropósitos.

Nadie duda, y así me lo comentan algunos diplomáticos con «mano» en Exteriores, que en Bruselas –y en Washington aún más– el plante de Pedro Sánchez a Juan Guaidó y el «affaire Ábalos» han provocado indignación. Máxime después de que el presidente viajara esta semana a la Cumbre de Davos con un mensaje: él es quien manda en España y Pablo Iglesias acatará la estrategia posibilista y moderada que se espera del Gobierno de la quinta economía del euro.

Sin embargo, Iglesias ha dado la razón a quienes llevan años denunciando que la formación morada es el caballo de Troya del chavismo en el corazón de Europa. Hugo Chaves los engordó y financió y ahora Nicolás Maduro pasa al cobro sus facturas.