Opinión

Un gobierno devastado (r)

Reuniones en Barajas con delincuentes acusados de violaciones sistemáticas de los derechos humanos; mesas de diálogo con el Le Pen español; pactos para aprobar presupuestos con los albaceas, herederos y, en no pocas ocasiones, protagonistas del asesinato de sus propios militantes. Votos en contra de que el Parlamento Europeo pregunte por los 379 asesinatos de ETA no resueltos. Vicepresidentes del gobierno español que en el día de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto firman un tuit asimilable al de cualquier judeófobo o neonazi antisemita, donde ni cita a los judíos ni menciona la Shoah.

Son algunos de los hitos que deja un gobierno apenas nacido pero ya catastrófico y ensimismado en las ponzoñas iliberales que conmueven los fundamentos de la democracia liberal de Washington a Brasilia. Un gobierno, tumefacto, aliado por influencia de la partida podémica con los peores compañeros imaginables y empeñado en una carrera grouchiana que dinamite uno a uno los cimientos del partido. Suma y sigue: la desactivación de la oficina que mal que bien trataba de pelear contra la propaganda separatista en el extranjero, o los inauditos ataques al poder judicial, más propios de formaciones antisistema que de un partido que ha gobernado España durante buena parte del periodo democrático. O el exilio del cada día más humillado Borrell, único miembro del anterior gobierno que permitía albergar ciertas esperanzas, incluso a pesar de su aquilatado catalanismo (xenofobia políticamente correcta) y su incurable vanidad. Pero la gente traga. E la nave va. Y justifica que el presidente se reúna de igual a igual con un peatón como Torra, que degrade la reunión y luego, por orden del señor Gabriel Rufián (inmerso él mismo en una complicada operación cosmética encaminada a resituarlo como sujeto político digno de respeto), retome la idea de la mesa bilateral. Miquel Iceta, cardenal in pectore del gobierno teóricamente socialista, tiene el carajal político allí donde soñaba. Con Pedro Sánchez atado a las fauces del cocodrilo separatista y en permanente contorsión. Obligado a encomendarse a las artes amatorias de un PSC especializado en disfrazar el nacionalismo de suave peluche y a los supremacistas de amigos del progreso, la Constitución y los niños. No es lo deseable, deseábamos una ruta menos laxante, pero así lo quisieron ustedes, mis queridos votantes. O por decirlo con la sensacional Irene Lozano donde Alsina, estos, los que sean, son mis principios. Pero en función del resultado electoral tengo otros, incluso antitéticos. El público siempre tiene la razón y el público, en España, exige demonizar el voto de centro derecha, de cuanto huela a conservador, democristiano o, incluso, liberal, para engendrar a cambio un círculo de fuego donde la izquierda pueda apoyarse sin objeciones éticas en una ideología teóricamente contraria como es el nacionalismo. Sólo así, desde la ascensión de un tacticismo que imposibilita cualquier pacto o política de Estado con la mitad aproximada de los ciudadanos españoles, a partir de la inclusión en el lazareto del PP y Ciudadanos, o sea, desde la aplicación letal del recetario cainita propio del zapaterismo, puede explicarse el largo y obsceno baile del progresismo con los auténticos reaccionarios españoles. Si por la vía que conduce al poder perdemos los doce o quince puntos cardinales y hasta la estrella polar de lo que un día fuimos pues bienvenida sea la hecatombe. Que muera la izquierda para que gane la izquierda y que la destrucción de los valores democráticos respete los contenedores semánticos y las etiquetas, únicos campos de batalla que realmente importan a los publicistas. Ya que no por la igualdad, la razón, la libertad o la ciudadanía luchemos por la conquista del léxico y la hegemonía semántica. El camino que va de, pongamos, Orwell a Baudrillard resume la devastación intelectual y ética del animalito.