Opinión
El campo en llamas
Apenas pasaron diez horas juntos en la finca toledana de Quintos de Mora. Aunque, según la propaganda oficial, tuvieron tiempo suficiente para lubricar la maquinaria del Gobierno de «progreso» después del primer mes de rodaje. Las fuentes oficiales «vendieron» la cita como «clave» para «perfilar el próximo trimestre». Una puesta a punto acelerada.
Fue una «jornada de convivencia», así al menos la denominaron los fontaneros monclovitas, que insistieron en que se desarrollase en la completa intimidad… por más que en ningún caso quedase al margen del marketing de «Producciones Iván Redondo». El jefe de gabinete del presidente desplazó hasta la finca propiedad de Patrimonio Nacional a un nutrido grupo de la Secretaría de Estado de Comunicación encabezado por Miguel Ángel Oliver. Así las cosas, la cita sirvió para un despliegue audiovisual de imágenes de hermanamiento, sonrisas, abrazos y fotos de ambiente positivo. Presidente, vicepresidentes y ministros, todos a una, en un paraje rural único, alejados de la institucionalidad y los corsés del Palacio de La Moncloa. ¿Un guiño además al mundo rural? «Todo suma», dice un asesor del presidente. Mensajes centrados en lo que ya había sido descrito de antemano por la maquinaria oficial como «las grandes transformaciones que impulsará el Gobierno».
Claro, que apoderarse de la batalla de la comunicación en ningún caso significa ganar la de la gestión. Será difícil que un ciudadano de a pie suscriba el balance triunfalista que hace el recién nacido Gobierno de «progreso» de Sánchez. Cesiones indignas al independentismo catalán, el sainete del «Delcygate», los malos augurios económicos, el campo en llamas… Las contradicciones, las rectificaciones y, sobre todo, las temeridades han sido la pauta a lo largo de este mes. El álbum bucólico de este pasado fin de semana, con los retratos del presidente al frente de sus ministros en Quintos de Mora, servirá muy probablemente para adornar las estanterías gubernamentales, pero, más allá de primar el «culto al líder», no cambia el hecho de que los acontecimientos han venido plagados de auténticos embolados. De ahí, que pese a la parafernalia publicitaria, tan del gusto del sanchismo, las luces de alarma estén encendidas en La Moncloa.
En las filas socialistas ya hay voces que reclaman, sin medias tintas, una mayor presencia en la calle. Las decisiones del Gobierno de Sanchez están teniendo un coste alto en la opinión pública. Véase, por ejemplo, cómo crece el temor a que la revuelta actual del campo derive en una incontrolable indignación en las calles. Tanto que Sánchez ha pedido a su equipo que encuentre diques de contención –las cadenas de distribución han sido las primeras «manoseadas» como chivo expiatorio para alejar el jaleo del Gobierno de coalición– y apresure sus próximos «desembarcos» en territorios rurales. «Más vale cerrar esta peligrosa vía de agua», señala un diputado del PSOE, intranquilo. Mientras, el empleo se desploma dramáticamente en enero y la mayor pérdida la sufre la gente del campo, que echa la culpa sobre todo a la subida del salario mínimo. Desde el partido, además, se viene advirtiendo del oxígeno que se regala a VOX en los pueblos de la España labradora, donde el partido de Santiago Abascal está cada vez más asentado.
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