Opinión
Querido celibato
Hay algo conmovedoramente entrañable en el celibato. Algo que sólo puede atestiguarse tras una vida luchando. Muchas, muchas veces en mi vida familiar o laboral me he apoyado en los curas de la Iglesia y la virginidad ha sido un ejemplo y un sostén. En este mundo en el que todo se compra y se vende, en el que a menudo hacemos las cosas por interés o afán de poder, dinero, éxito, protagonismo, que un hombre o una mujer se consagren en castidad por amor a cada uno de nosotros, es una cosa delicadamente asombrosa. Casi increíble.
El celibato tiene ventajas de orden práctico. Me pregunto cómo puede acudir un casado a casa de otro en mitad de la noche, para dar los últimos sacramentos, o socorrer de repente a un matrimonio que pelea, si tiene tres hijos que lo reclaman en su hogar. Pero, sobre todo, es en sí mismo un consuelo para el creyente. Un testimonio de que sólo Dios basta. Que es posible apartarse de los cánones de este mundo, incluso de cosas tan justas y buenas como la mujer y los hijos, y verse compensado con la alegría y la paz. Me dejan perpleja los misioneros y religiosos y consagrados en general que expresan una y otra vez una satisfacción y plenitud de vida que a menudo no tenemos los contemporáneos.
Supongo que el celibato no es garantía de nada en sí mismo. Puede incluso ser una amarga soltería. Pero hay muchos sacerdotes que son testigos de algo excepcional, de una gracia que ayuda a saber que, más allá de los afanes de este mundo, o precisamente en ellos, hay una esperanza sobrenatural.
Francisco acaba de optar, en su documento «Querida Amazonia», por el celibato de los sacerdotes, que se había considerado levantar para los diáconos casados que pudiesen necesitarse en los lugares más inaccesibles y alejados del Amazonas. Recomienda el Papa alentar el protagonismo de los laicos y muy especialmente de las mujeres en las comunidades. Ser cura no significa hacer todo ni asumir todas las tareas.
El concilio Vaticano II, que optó por «la perpetua y perfecta continencia» de los sacerdotes, precisó a la vez que ésta «no es exigida por la naturaleza misma del sacerdocio». De hecho hay presbíteros casados en las 23 iglesias católicas de rito oriental. Pero creo, sin embargo, que con la pérdida del celibato perderíamos todos.
Los curas han sido para mí un ejemplo de castidad, libertad y valor. Una muestra viva de que la felicidad no nace del estado matrimonial o no, ni de los éxitos de este mundo. Un acicate y una promesa. Aquí quiero darles las gracias a todos ellos por decir sí.
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