
Opinión
Sí, quizá, podría ser...
Tengo entendido que la redacción y contenido jurídico del proyecto de ley presentado por la ministra de cuota Irene Montero, podría ser obra –y lo escribo con el mayor respeto-, de Manolo el del Bombo con la colaboración desinteresada de la Mona Chita. En lugar de «Sí, sólo si es sí», la imposible Ley a aprobar, haría bien en denominarse «Sí, quizá podría ser, podría ser quizá, o simplemente no, o puede ser que sí». El ministro de Justicia, que por antipático que sea es un notable jurista, ha criticado con elegancia el bodrio de la ministra enchufada, y el compañero sentimental de ella, o el amigo fuerte, o el amante de «urba» y vicepresidente del Gobierno o lo que sea, se ha permitido el lujo de enviar una andanada al ministro, calificándolo de «machista frustrado». Vamos a ver. Si una ministra propone un texto con faltas de ortografía, lo primero que hay que hacer es obligarla a recibir clases básicas de Gramática, en compañía de sus asesoras, que son todas ellas y sólo ellas, porque de seguir su curso el proyectito la ministra impuesta por el amor –eso es bonito-, podría superar con holgura la más alta cumbre del ridículo. Permítanme los lectores que proceda al autoelogio. Me ha salido así, de golpe, pero séame reconocido el acierto del hallazgo semántico. Ministra Impuesta por el Amor. Creo sinceramente que es lo más hermoso que he escrito en mi vida.
Por otra parte, el vicepresidente del Gobierno o como quiera ser llamada esa cosa que se reúne una vez cada semana, es el mismo que deseó flagelar hasta que brotara la sangre de la desnuda espalda de Mariló Montero, y también el mismo que envió al gallinero del Congreso de los Diputados a su novia Tania Sánchez – que no es prima de Pedro,- cuando la sustituyó por Irene Montero, la Ministra Impuesta por el Amor, y perdón por mi insistencia, pero por una vez que me siento dichoso y orgulloso por un logro verbal, es humano y comprensible que reincida en registrarlo. No pretendo señalar como machista al vicepresidente, Dios me libre. Los vicepresidentes me han infundido mucho respeto desde que era niño. Es más, cuando me preguntaron en el colegio por la elección de mi futuro, respondí con la inocencia de la corta edad: «O futbolista o vicepresidente». «¿Vicepresidente de qué?», inquirió el curioso profesor. «Vicepresidente de lo que sea, porque cobra casi lo mismo que el presidente de lo que sea, tiene menos responsabilidad y cuando el presidente esté distraído se la puedo meter doblada sin que se entere de nada». «Bien – remachó el profesor-; le recomiendo que opte por el balón de fútbol-. Y aquí me tienen, escribiendo, sin ser vicepresidente de nada y con el fútbol escapado en mi anterior lejanía.
La ley de la Ministra Impuesta por el Amor – no me acostumbro a la belleza de mi invención-, apuesta por considerar como grave delito el piropo y el acoso. El acoso es despreciable y estoy de acuerdo. El piropo bien dicho y en su momento, es un tributo a la belleza. Por otra parte, también los hombres somos diana de piropos femeninos, y jamás me he sentido molesto o herido cuando una mujer me ha vitoreado por la calle. Hace apenas dos meses, descendía por la calle del General Martínez-Campos. Una molestia inguinal me obligaba a desplazarme con las piernas arqueadas, como si terminara de descabalgar. Y una mujer, guapísima, me gritó: «¡Adiós, John Wayne!». Y lo agradecí.
La actriz italiana Claudia Cardinale, espectacular belleza, visitó España después de tres decenios de ausencia. Y se sintió defraudada y decepcionada. «Hace treinta años los españoles eran mucho más ingeniosos y corteses. Me decían en las calles de Madrid unos piropos llenos de ingenio y buen gusto. Y hoy, que he paseado durante tres horas por Madrid, no me han dicho nada, como si fuera transparente. Han cambiado mucho los españoles». No, doña Claudia. Sucede que después de treinta años es más que probable que la que haya cambiado sea usted.
Las relaciones entre hombre y mujer – no conozco otras-, siempre se han sostenido desde el respeto. El «Sí, sólo si es sí» ha imperado desde siempre. El sí de las niñas y el sí de las madres, que también aprobaban o rechazaban las relaciones de sus atractivas criaturas. Pero no siempre atendían a las lecciones de don Leandro Fernández de Moratín. Había pretendientes que eran el «Sí de las Niñas y el No de las madres», y otros que personalizaban el «Sí de las Madres y el No de las Niñas». También los había que alcanzaron un acuerdo total intergeneracional. Los del «Sí de las Madres y el Sí de las Niñas», y los del «No de la Niñas y el No de las Madres». Entre mis amigos, destacaba un noble riquísimo que ocupó un lugar de honor en las preferencias femeninas, pero no clamoroso. Era conocido por el «No de las Niñas y el ¡Ojalá! de las Madres».
Bueno, que lo de Irene Montero, la Ministra Impuesta por el Amor es una chapuza pueril y que tengan muy buenos días.
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