Opinión

No esperen una recuperación rápida

Las fuertes caídas experimentadas por las bolsas europeas durante las últimas jornadas han llevado a muchos analistas a especular que podríamos hallarnos ante una sobrerreacción. ¿Tiene sentido que, por ejemplo, el Ibex 35 haya perdido el 25% de su valor en menos de un mes (del cual, además, un 15% se ha concentrado en los últimos cinco días)? Obviamente nadie puede contestar con absoluta certeza a esta última pregunta: no en vano, si alguien estuviera plenamente convencido de que la bolsa española va a rebotar con fuerza, procedería a invertir masivamente en ella para aprovecharse de la subida; si, en cambio, estuviera seguro de que va a caer, adoptaría una gran posición corta para recomprar más bajo. Ahora bien, lo que sí podemos afirmar con cierta confianza es que los mercados no se han vuelto ni mucho menos locos. Existe una muy fundamentada razón para desconfiar ahora mismo de activos arriesgados como las acciones: en particular, la elevada incertidumbre sobre cómo evolucionará la epidemia –o, mejor dicho, pandemia– del Covid-19. Ahora mismo, no podemos descartar en absoluto que España mimetice un proceso similar al experimentado por Italia. Es decir, un descontrol absoluto de las infecciones que obligue a cerrar a cal y canto el país y, por tanto, a paralizar gran parte de su producción interna (incluyendo, por cierto, la de una industria turística que será muy duramente golpeada por esta crisis sanitaria). De ser así, nuestra economía podría incluso llegar a entrar en recesión a lo largo del presente ejercicio. No es ciencia ficción, pues China ha entrado en recesión durante el primer trimestre del año e Italia muy probablemente también. Por tanto, las compañías cotizadas en el Ibex 35 sufrirían un daño muy considerable en su cuenta de resultados. Pero, además, existe otro riesgo todavía mayor que tampoco debemos perder de vista. Si la economía se cierra durante un par de meses para detener el contagio, parte del sector privado comenzará a experimentar problemas de liquidez que podrían abocarlo a la suspensión de pagos, lo que a su vez repercutiría sobre un sector financiero muy debilitado (y ya sabemos qué nos pasa cuando la banca quiebra). Este último sería el peor escenario posible al que, confiemos, podemos evitar llegar. Sin embargo, lo que de momento nos están diciendo los inversores es que no quieren exponerse a todo ese conjunto de incertidumbres y que, en consecuencia, se van a refugiar en activos líquidos como el dinero o la deuda pública alemana y estadounidense. Hasta que esa percepción de riesgo no pase –y, mucho me temo, tardará en pasar– la bolsa no volverá a remontar a sus niveles anteriores.