Opinión
El momento de la verdad
En un momento de alarma social como el que genera la pandemia del coronavirus se ponen a prueba muchas cosas. Especialmente nuestra capacidad de superación y resiliencia. Pero también se pone a una sociedad y al interés general frente a quienes están dispuestos a aprovechar en beneficio propio cualquier crisis y cualquier drama. Son los especuladores, que se dan en todos los ámbitos: en el económico, con personas que no dudan en generar subidas artificiales de los precios de determinados productos; en el mediático, con aquellos que cargan la mano en el negacionismo o el alarmismo y prefieren opinar a informar y llamar la atención a servir al público, y en el político, con los que se dedican a cuestionar y criticar, sin datos ni argumentos, servicios públicos ejemplares que funcionan bien, con tal de obtener pírricas ganancias electorales cuando no toca.
La Comunidad de Madrid encabeza a las regiones de España y es la segunda de Europa, tras Estocolmo, con la sanidad más competitiva. Así lo refleja un informe de la Comisión Europea, publicado a finales de 2019, que compara y puntúa aspectos de 268 regiones. Lo estamos viendo, ante el potente test de estrés al que está siendo sometida: una sanidad modélica, con músculo y capacidad, medios materiales y excelentes profesionales, para afrontar los retos más difíciles.
Por eso resulta especialmente nauseabundo que se utilice una pandemia de carácter global para atacar, sin datos o con informaciones falseadas, a un sistema sanitario absolutamente ejemplar. Y es doblemente grave que una auténtica «fake news» se difunda desde un medio de comunicación público, una televisión de pago obligatorio, que en vez de contribuir a la serenidad que requiere el momento, se dedica a fabricar trincheras en lugar de construir puentes.
Decía Einstein que, en los momentos de crisis, sólo la imaginación es más importante que el conocimiento. La imaginación en las medidas, desde luego, pero nunca en los datos, porque lo que no cabe nunca, menos ahora, es la mentira. Tampoco la demagogia irresponsable, que, en días duros como los que vivimos, deberían llenar de oprobio e ignominia a sus autores.
Si siempre ha de haber límites para determinadas actitudes, en momentos como este que estamos atravesando, las líneas rojas de la ética y la verdad son más necesarias que nunca.
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