Opinión
Ensoñaciones y quimeras
España afronta una de sus horas más difíciles. Ello ha provocado la segunda declaración del Estado de Alarma en nuestro país desde el año 1978. Es una previsión constitucional que se usó por primera vez para evitar los efectos de una huelga elitista en un sector estratégico. Ahora, frente a una pandemia terriblemente cruel, se articula como una herramienta plenamente justificada para que el Estado cumpla con la primera de sus obligaciones, que es velar por la vida y la salud de los ciudadanos, que son presupuestos básicos para el ejercicio de la libertad y del conjunto de los derechos que ampara nuestra Constitución. Sin embargo, aunque el Estado de Alarma, paradójicamente, acarrea la restricción de parte de esos derechos, es bueno recordar que, en modo alguno, debe suponer su desaparición o una merma de la esencia de los mismos: seguimos siendo una nación democrática; continúa en vigor la libertad personal y el libre mercado; el poder judicial mantiene su capacidad para evitar abusos, arbitrar conflictos y garantizar libertades y el Parlamento la suya para legislar y controlar al Ejecutivo. Y, aunque pueda parecerlo, no es una perogrullada recordar estas cosas e incidir en que el control que el Gobierno tiene, en virtud del Decreto de Alarma, sobre muchas actividades, sectores y administraciones públicas, es temporal, e insistir en que todo volverá a su ser cuando esta situación pase. No lo es, porque podría darse el caso de que, o dentro del Gobierno, que es una coalición de dos partidos, o en sus aledaños parlamentarios, alguien vea en este estado de cosas, de falta de libertad de movimientos, control parcial del mercado y con un Parlamento cerrado parcialmente por razones sanitarias, el perfecto río revuelto para obtener ganancias programáticas o ideológicas. Sería poco más que una ensoñación, además, claro, de un autorretrato, porque tal cosa no va suceder y porque éste, en todo caso, no es el momento de arrimar el ascua a la sardina, sino, sencillamente, de arrimar el hombro. Quien crea lo contrario, sobre todo si se trata de personas incapaces de aceptar en sí mismas el sacrificio de cumplir con las medidas que se le imponen a todos, que ponga, al menos, sus proyectos totalitarios y quimeras ideológicas en cuarentena. Al menos eso.
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