Opinión

La Fed, a la desesperada

Todos deberíamos mentalizarnos, y las propias autoridades fiscales y monetarias en primer lugar, que la crisis económica no concluirá hasta que lo haga la crisis sanitaria. Es comprensible que no queramos aceptar que, hasta entonces, deberemos presenciar hundimientos bursátiles descontrolados, sangrantes destrucciones de empleo e incluso –lo comprobaremos en breve– dolorosas quiebras empresariales. Pero no existen demasiadas alternativas a padecer el colapso económico que estamos viviendo. Si, por razones de salud pública, se impide que los comercios abran sus puertas y que los trabajadores presten sus servicios laborales, entonces el PIB necesariamente deberá caer (y, con él, todas las otras variables relacionadas). Conviene reiterar esta idea porque nuestros gobernantes llevan varios días deambulando como pollos sin cabeza, desesperados e impotentes ante la que se les está viniendo encima. Quieren darle una vuelta a las pésimas expectativas inversoras con anuncios rimbombantes que eleven los ánimos, pero lo hacen tomando medidas que en tiempos normales se habrían considerado alocadas y que ahora mismo sólo se aceptan por mera desesperación (aun cuando sus resultados vayan a demostrarse pobres). La última en actuar de este modo ha sido la Reserva Federal estadounidense, que anunció ayer dos mediadas cuando menos sorprendentes. La primera ha sido una flexibilización cuantitativa ilimitada: es decir, se compromete a comprar activos financieros sin ningún tipo de restricción de volumen mientras se prolongue la situación. Una decisión que incluso va más allá de la adoptada por el Banco Central Europeo hace una semana. La segunda ha sido ampliar el abanico de activos financieros que tiene pensado monetizar: hasta el momento, la Fed tan sólo compraba deuda pública y deuda hipotecaria, pero a partir de ahora también se lanzará a adquirir pasivos empresariales (bonos corporativos), a conceder préstamos a pymes e incluso a invertir en ETFs indexados a renta fija. Sólo le ha faltado anunciar que comprará acciones en bolsa. Dicho de otra manera, la Reserva Federal se está convirtiendo en un prestamista ilimitado de última instancia no ya para la banca (que es lo que sucedía hasta la fecha), sino para el conjunto de la economía. Los problemas vendrán más adelante: los bancos centrales son agencias acostumbradas a tratar con otros bancos, pero no con la economía productiva. Si ahora se dedican a prestar a pequeñas empresas (o incluso familias), muchas de esas líneas de crédito terminarán resultando fallidas y sus pérdidas terminarán socializándose entre los contribuyentes. Estamos, pues, ante un momento de desesperación política que está conduciendo a nuestros gobernantes a tomar medidas apresuradas y con consecuencias futuras muy negativas con la única finalidad de calmar a corto plazo los ánimos de los mercados. No deberíamos. Toca asumir las pérdidas e intentar vencer al virus lo antes posible. No comprometamos el futuro por un par de titulares estériles en el presente.