Opinión

S.O.S

Hasta hace solo unos días, el IFEMA era nuestro FITUR ocasional. Hoy acoge a cientos de enfermos de todas las edades. En el Palacio de Hielo habíamos visto alguna que otra película, habíamos hecho compras. Ahora es la morgue más terrible que podamos imaginar. El Bernabéu, ese templo del fútbol sagrado para los míos, aprovisionará –cuando por fin llegue– el material médico de esta guerra. Desde nuestro confinamiento vemos cómo las funerarias no dan abasto, envían cadáveres a crematorios de Guipúzcoa. Las residencias de mayores agonizan: una generación entera, ésa a la que tanto debemos, se sabe ahora en riesgo extremo. Los hospitales, todos desbordados, nos imploran respiradores. «Ni una puta mascarilla hemos recibido», me explica con rabia, «off the record», el mando de un hospital puntero de la capital. Viven estos días de la caridad de unos cuantos anónimos y empresarios que les confeccionan batas y gafas de plástico, de ese pueblo que salva al pueblo, la historia se repite.

Este Madrid hoy desierto anhela multitudes, aplaude a sus héroes cada noche, desde las ventanas, con sus bares cerrados y sus comerciantes muertos de miedo, preguntándose cómo van a pagar la próxima nómina. Benditos atascos interminables hacia y desde el trabajo a casa, bendito bullicio insoportable, benditos besos sonoros, benditas las prisas locas de ese pasado que no valorábamos en su justa medida.

En Madrid late el corazón de una España que sufre por sus muertos, por sus sanitarios, por sus mayores. Por la posibilidad de que tu hijo se quede sin padre, por la noticia de que tu amigo ha perdido al suyo, porque otros dos luchan contra el bicho, y no sabes si van a remontar. Nuestros médicos no se atreven ya a convivir en familia, a ver si van a contagiarles. Van desnudos cada día al campo de batalla. Desprotegidos, como aquellos que trabajan para abastecernos, para ofrecernos servicios mínimos, para limpiar cualquier rastro de coronavirus.

Tristemente, España es líder en médicos y políticos contagiados. Unos saben de lo que hablan; los otros, parece que no. Algunos llegaron a un puesto de responsabilidad sin la preparación adecuada, por muy buena fe que tengan, por mucho que se esfuercen. Hágannos el favor de contratar a profesionales, vayan a China si hace falta, a buscarles. Sáquennos de esta pesadilla.