Política

Ahora o nunca, hay que matar a la ideología

Alberto Weisman

La inocencia humana pierde el norte y se caracteriza porque no une los puntos. Dado que hemos delegado en los medios de comunicación y en los políticos las versiones que tenemos de los hechos, hemos dejado de usar la memoria y de desarrollar la propia capacidad para hacer inferencias. El recurso a ser los propios individuos quienes investiguemos los hechos se ha sustituido por lo que denominaré la programación mental. Programa quiere decir que tú y yo no elegimos lo que pensamos sino que algo dentro de nosotros se ha instalado sin darnos cuenta. Esa cosa piensa por ti y por mí. Igual que instalo en el móvil una aplicación con un video juego así se instalan en la mente las versiones que tenemos de los acontecimientos. Llega hasta tal punto que creo que el programa instalado depende de mí, olvidando que sólo es una aplicación y que las reglas del juego no son mías sino del diseñador del juego. ¿Te imaginas creyéndome que porque instalo un video juego ahora yo soy el diseñador del juego?

Un dato más, el programa que se instala dentro de nosotros para tener opiniones acerca de los hechos se llama ideología. No veremos a periodistas ni responsables de instituciones educativas informar de todo esto si bien doy fe de que los asesores políticos sí que enseñan a los políticos cómo funciona la programación de la mente de las personas. De hecho, la gestión política se basa exclusivamente en el dominio que los dirigentes tienen de la mente de los ciudadanos a través de insertar y usar aplicaciones y programas basados en la confrontación ideológica. Para ellos los valores y principios tales como contribuir con el bien común, el apoyo mutuo o la justicia son las debilidades humanas que alimentan los programas mentales. Sencillamente usan estos principios como excusas y pretextos para justificarse ante nosotros: mientras más confrontación genera un programa mental entre los ciudadanos, más rédito sacan ellos. El conflicto les hace auto mantenerse.

La ideología (que reitero sólo es una aplicación descargada en la mente sin mi permiso, un programa) nos hace creer que nuestra manera de ver la realidad es propia y no inducida por el programa de la ideología. Funciona como un hechizo, como un truco de magia que propongo desentrañar.

Situemos en el tiempo un dato para entender cómo opera la programación mental: nos lo hayan contado o no, sabemos que los gobiernos del mundo no emiten monedas, los países no tienen bancos con autonomía financiera y son corporaciones privadas internacionales las que prestan a los gobiernos eso que llamamos dinero, generando algo que es la deuda. Esto, que es un dato, un hecho, tiene una enorme implicación: los gobernantes usadores del programa mental de la ideología, cuando gestionan países, se convierten en meros filtros de las decisiones de las corporaciones financieras. Así está estructurado el sistema. Lo que quiere decir que jamás un gobernante decide nada por sí mismo sino que es el acreedor, propietario de la emisión del dinero, quién decide.

Como si de un gran teatro de marionetas se tratase, los gobernantes de cada país reciben de los acreedores la consigna de no delatarlos y les encomiendan generar ante los ciudadanos la sensación de que son los gobernantes quienes deciden sobre el “dinero”. En lo único que de verdad deciden es en el reparto y el pago de la deuda. Enseguida se despliega la gran maquinaria de hipnosis colectiva a través de la ideología: se define la distribución de roles: los “justos y los injustos”, a los primeros, disfrazados de defensores de derechos humanos les vamos a llamar de izquierda, a los segundos, disfrazados de retrógrados, los vamos a llamar de derecha.

En otro asunto se cambian los roles: los que llevarán el cliché de control de la economía productiva y ahorradores los llamaremos de derecha y los que despilfarran, los tildaremos de izquierda. El truco de magia lo hacen también con los roles de hombres y mujeres: se generan etiquetas de buenos y malos, oprimidos y opresores, conflictos étnicos varios… Y ahora toda esta parafernalia se está aplicando la crisis sanitaria.

Este entramado de diseño psicológico permanece oculto para los ciudadanos. Se denomina ingeniería social. Ellos sólo reciben las palabras que salen de la boca de una u otra marioneta, sea de izquierda o de derecha. Lo que escuchan los ciudadanos es la realidad filtrada a través del programa mental. La ideología, que es el programa mental, sirve como filtro que los políticos hacen acerca de los hechos y la realidad, diseccionado dos lados para ocultar que sólo hay uno. Así comienzan las interpretaciones y luchas entre nosotros y el propio tema sanitario actual se convierte en un duelo sobre quién tiene o no razón.

Ingenuos y crédulos, las personas aplaudimos cada tarde el espectáculo de títeres de tal manera que sólo acertamos a entender que las palabras que salen de la boca de los gobernantes son bien de una cosa que se llama izquierda confrontada con otra que se llama derecha. La ideología es un eje de dos polos donde parece que se puede elegir entre un espectro de posibilidades si bien en el fondo el ciudadano no elige nada salvo en qué lado del eje de la ideología está. Así tenemos la sensación de que elegimos algo cuando quien ha elegido es el programa que vive en nosotros. Hasta que no reconozcamos que el programa mental no es nuestro, los gobernantes seguirán decidiendo por nosotros. Ese es su oficio, elegir por nosotros.

Crisis económica, crisis sanitaria, emergencias y alerta. Alarma… Suenan por dentro voces apocalípticas que lo que generan en nuestro programa mental es miedo. Estamos programados en temer porque nos conformamos con una parte de lo que nos cuentan los titiriteros. El antídoto del miedo es el criterio propio, la investigación propia, ampliar el punto de vista, abrirse al otro lado, al lado escondido de la política y la sociedad, no creernos lo que nuestra mente se cree por miedo; verificar fuentes, cuestionar cada palabra que sale de la boca de los titiriteros. Dado que la ideología es programación mental permítaseme considerarlo como un trastorno. Por ende, estamos enfermos de ideología, la madre del miedo.

Cuando volamos por encima de la ideología y comprendemos al fin que el miedo es lo que usan los políticos y algunos medios para generar mayor control sobre la población, entonces el sistema inmunológico se despierta dado que nuestro sistema de defensa interno cumple su función, la de poner límite a las infamias políticas que hemos comprado como oportunas pero que no tienen que ver con nuestra genuina manera de mirar.

Es una ilusión considerar que después del estado de alarma todo volverá a ser como antes. Nuestra transformación es la única que puede y debe generar el cambio que jamás los gobernantes harán por nosotros.

¡Ahora o nunca! Aprovechar el confinamiento para desarrollar claridad es nuestra misión.

AQUÍ Y AHORA.