Opinión

La historia de Manolo

En estos días de drama permanente, donde más allá del confinamiento, se encuentran las historias de contagiados y fallecidos, el caos de los hospitales, la falta de medios y la crítica severa a la deficiente gestión de los políticos, conviene que recordemos algunos detalles que harán mucho bien a nuestros maltrechos espíritus. Y no me refiero solo a esas maravillas de España –su clima, su cultura, su paisaje y su gastronomía– en las que no solemos reparar nunca, y menos en tiempos de desgracia, ni tampoco a sus contribuciones a la Ciencia y a la Medicina o tantos otros campos en las que despuntamos, sino sobre todo a ese liderazgo en la donación de órganos y trasplantes que nos enorgullece y nos sitúa en cabeza en solidaridad. Una solidaridad que hasta en días de coronavirus e incertidumbre, hace que corran por Whatsapp historias como la de Manolo, un hombre que entró con mal pronóstico en el Carlos III, a sus 87 años, pero por cuya vida luchó denodadamente, sin escatimar esfuerzos ni recursos para conseguir lo imposible, todo el personal sanitario, que logró salvarlo. Porque Manolo murió. Pero lo hizo después de que enfermeras y celadores le leyeran a diario las cartas de sus hijos y sus nietos y de que celebrara su 88 cumpleaños en compañía del Dr. Mostaza, quien, además de intentar el milagro hasta el final, le prestó su móvil para que llamara a los suyos. Al siguiente murió, pero lo hizo lleno de luz y sabiendo que en España, si alguien lo puede evitar, nadie muere solo. A Manolo, como a tantos, lo salvaron. Pueden estar orgullosos.