Opinión

Ajuste inevitable e inaplazable

La economía española se está desplomando. No es nada que no cupiera esperar habida cuenta de la suspensión cuasi completa de la actividad productiva, pero sí conviene recordarlo en unos momentos en lo que parece que todo el mundo se está despreocupando de la situación financiera de nuestro sector público. Más que nada porque a lo largo de los próximos meses asistiremos a dos fenómenos que dispararán las emisiones de deuda pública: por un lado, la recaudación tributaria se hundirá; por otro, el gasto público –sobre todo en prestaciones de desempleo– se disparará. Así las cosas, es harto probable que concluyamos el año con un déficit público superior al 10% del PIB y, por tanto, con una deuda pública cercana al 110%. Asimismo, como tampoco cabe esperar que restablezcamos el equilibrio presupuestario en unos pocos trimestres, tanto en 2021 como 2022 el déficit continuará en unos niveles demasiado altos que terminarán abocándonos a un volumen de pasivos estatales en el entorno del 120% o del 130% del PIB –aproximadamente la situación en la que actualmente se halla Italia–. Semejante losa de pasivos estatales puede resultar demasiado onerosa para una economía que quedará en una condición tan frágil como la española. A la postre, nos podría forzar a tener que refinanciar cada año más del 50% de nuestro PIB, lo que nos dejaría al albur de cualquier zozobra de los mercados financieros. De ahí que el Ministerio de Hacienda debería estar trabajando, desde este mismo instante, en un exhaustivo plan de ajuste fiscal futuro: un plan que debería presentar ante Bruselas y, sobre todo, ante la comunidad inversora, en el que se asumiera creíblemente el compromiso de ejecutarlo a rajatabla y sin desviaciones. Tal plan podría consistir tanto en fuertes subidas de impuestos o, idealmente, en contundentes rebajas del gasto público –o, más probablemente, en una combinación de ambas–. Pero debería ser un plan suficiente como para reconducir con rapidez el déficit público e ir amortizando poco a poco parte del ingente volumen de nuestra deuda pública. Para ello, será necesario aplicar mucha más austeridad de la que jamás llegó a aplicar Rajoy. Y, justamente por eso, mucho me temo que no será nada fácil que ese plan, tan vital para nuestra viabilidad futura, termine saliendo adelante con la actual coalición gubernamental. Podemos se opondrá como una roca a un renovado programa de austeridad que permita que este país levante cabeza en el futuro. De ahí que, si no queremos hundirnos financieramente, sólo vayan a quedarnos dos opciones: o bien un Gobierno de concentración que se tome en serio la solvencia del Reino de España, o unas elecciones anticipadas de las que emerja un claro mandato ciudadano de cuadrar las cuentas. Quedarnos de brazos cruzados ante el brutal endeudamiento que viene sería nuestra condena.