Opinión
Jodida y bendita libertad
Un rayo de sol cenital entra por la ventana y me transporta al verano y al cuerpo sobre la arena. Luego cabrillea una nube y el día se pone umbrío, hasta el siguiente brote de luz. Esta primavera me lleva de una ventana a otra, vagabunda de consuelo, probando las tapicerías del sillón de orejas y del sofá, la madera de la silla o el colchón, a ver cuál me soporta con menos tedio. Podría bajar a por harina, por el periódico otra vez, a la farmacia, pero no lo deseo, tampoco intentar un camino doscientos metros más allá, hacia el cajero. Mi cuerpo se impone con rebeldía, quiere salir a su albedrío y sin meta, ramoneando calles al albur, eligiendo en el instante, cambiando de sentido porque sí.
La carne. Tiene Rosa Montero un libro que se llama así y reflexiona sobre los instintos que demandan sus urgencias. El otro día vino mi hermana a traerme unas medicinas y, cubiertas de mascarillas y guantes como estábamos, la abracé con ansiedad y le toqué los brazos y la espalda y no conseguía desaferrarme de ella, como si mi cuerpo la necesitase más que yo. El coronavirus ha vencido toda tentación de virtualidad. No quiero más imágenes de amigos. Ni misas hidrofilizadas. Ni tutoriales a distancia. He descubierto que casi todo lo que hago, lo hago por la carne. Que para silencios ya tengo los míos y para soledades soy maestra. Pero necesito la materia física de los otros, su cercanía casual, no necesariamente íntima, justo esa que no valoraba en las reuniones de trabajo. Lo que creía detestar.
El martes se repicaron de casa en casa las confusas explicaciones del presidente y fogoneaban destellos de libertad: el «finde» paseo y deporte… el día 11 culto religioso… restaurantes a domicilio… gracias a este confinamiento alcanzo a imaginar la desesperación del que recibe en prisión promesas del abogado. También –nunca he sido animalista– la fiera descomposición del leopardo del zoo que da vueltas y vueltas de ciego aburrimiento sobre sí. Me hacen gracia los chistes sobre la «desescalada»: «La fase 1 no empieza hasta que acabe la fase 0 y la fase 0 no acaba hasta que empieza la fase 1. La desescalada no sufre». Qué buena esta expresión final. No hay que temer nada, el estado de alarma, dice Pedro Sánchez, se prolongará de nuevo… supongo que hasta que seamos mayores. No, no es el paseo lo que quiero; tampoco el abrazo, ni la misa. Lo que quiere mi alma, y de eso es expresión todo lo anterior, es la libertad, la jodida y bendita libertad, el don de los cielos, lo único por lo que merece la pena vivir.
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