Opinión

El gobierno se queda solo

Cuando más falta hacía la unión de todos para superar cuanto antes la crisis sanitaria y hacer frente al desastre económico que viene, el Gobierno se queda solo. Ayer se puso clamorosamente de manifiesto su soledad en el Congreso de los Diputados. Hasta sus socios originales se vuelven en contra. El tono de las críticas es cada vez más duro. Nadie se fía del presidente Sánchez y, desde los grupos defensores de la actual Constitución, aumenta el rechazo al vicepresidente Iglesias. Las últimas decisiones del Ejecutivo, amenazando con prolongar «sine die» el estado de alarma, y las confusas e improvisadas medidas para la desescalada, en vez de dejar ya de tener «secuestrada» a toda la población como en un régimen autoritario, han hecho que estallara el conflicto abiertamente. Esto no es nada tranquilizador. Encerrado en su torre de cristal y asaeteado por todas partes, el Gobierno sigue presumiendo de autosuficiencia, engañándose a sí mismo y tratando de engañar a todos.

Se ha abierto mientras tanto el debate jurídico sobre si están quebrantándose desde el poder los derechos y libertades establecidos en la Constitución. Prestigiosos juristas han dado la voz de alarma ante el deslizamiento, en la práctica, del estado de alarma al estado de excepción. No faltan los que han alzado ya la voz porque ven amenazada la libertad de prensa y la libertad de culto. El mundo de los negocios, sobre todo los pequeños y medianos empresarios, que están desesperados, expresan también su inquietud y malestar con las medidas del Gobierno destinadas a reanudar gradualmente la actividad.

La clase política no puede vivir ajena a estas hondas preocupaciones. El jefe de la oposición, Pablo Casado, acusa al presidente del Gobierno de no acordar las medidas ni las decisiones. En realidad, ayer le acusó insistentemente de mentir, y le amenazó con no respaldar la prolongación del estado de alarma. Parece que no es, en efecto, razonable que, en las presentes circunstancias, no se tenga al tanto permanentemente, con hilo directo, al líder de la oposición, y luego se le pida colaboración. Ni se entiende que, como se haría en cualquier democracia de nuestro entorno, no se conceda a la oposición la presidencia de la mesa de reconstrucción. Esa cicatería hace que aumente la impresión de que en toda esta crisis sanitaria están prevaleciendo los intereses ideológicos y electorales sobre el interés general, con consecuencias trágicas.

En las intervenciones oficiales más que informar con transparencia y estricta objetividad de lo que está pasando, haciendo con honradez la autocrítica que haga falta, lo que se percibe es afán de propaganda. Se intenta quedar bien, lavar la cara del Gobierno, aunque se hayan cometido errores clamorosos que obligan a constantes desmentidos y rectificaciones. Cunde la impresión, cada vez más generalizada, de que el Gobierno engaña por sistema para no quedar mal, y trata a los ciudadanos, en toda esta crisis, como a menores de edad. Los devaneos para organizar la salida de unos y de otros a la calle, tras el largo «secuestro» oficial, parecen, más que recomendaciones razonables a personas adultas, dueñas de sus actos, reflejo de esa tendencia al infantilismo político. Todo esto sólo conduce a la desconfianza de la gente y a la bronca política, como la contemplada ayer en el Congreso. No parece que sea éste el mejor camino para salir de la difícil situación.