Opinión

Estado de miedo

Le preguntaron a la cantante negra Nina Simone, que se jugó el tipo por la igualdad racial, qué era la libertad y contestó que libertad es no tener miedo. Qué verdad. ETA nos metía miedo para recortar nuestra libertad. También las guerras o los Estados sin derechos fundamentales inoculan el terror. A la policía moral iraní, por ejemplo, para impedir que pasees a solas con un hombre que no es tu marido. A saltarse el toque de queda en la Albania en guerra, para entrevistar a alguien. A contravenir normas militares que impedían buscar ciertos enterramientos colectivos en Kosovo.

Conviene no alardear de valentía, porque no es un mérito. El valor es la cara B de la imprudencia y, además, una forma de ser con la que se nace de serie, no se construye ni se trabaja. Una es valiente como es alta, o como se cabrea cuando hace mal tiempo. Yo he desafiado mi propio temor siempre que reivindicaba derechos con ello. La igualdad sexual, el derecho de informar o el de pensar, casi siempre. Me fio bastante de mis sensaciones. No del todo, es verdad, pero sí lo suficiente como para prestarles atención y someterlas a la criba de mi razón. Y confieso que empiezo a tener cierto miedo aquí y ahora. Eso no me gusta, y me cabrea más que la lluvia. No voy a perder la cabeza: en España hay leyes justas, tribunales que las custodian, elecciones democráticas y parlamentarios que representan a quienes les votan. Pero también hay gente que admira la época soviética, que detesta la sociedad civil, que busca denodadamente el estatalismo. Es tiempo de examinar por qué el Gobierno ha contratado empresas de amiguetes para compras cruciales que han resultado fallidas, aprovechándose de que se podía prescindir de concursos y otros permisos. O de exigir responsabilidades por enviar a la batalla sanitaria a los médicos y enfermeras sin protección. O de preguntarse si de verdad es más seguro que la mayor parte de la población se agolpe de 20 a 21.30 (las horas vespertinas de sol) en el entorno obligatorio de su casa, que deambular con libertad evitando aglomeraciones. Y es tiempo de reunirnos para sopesar y criticar las actuaciones del poder. O de manifestarnos si no nos gustan. Y aquí estamos, en casa y aherrojados por el estado de alarma. Hay quien está acojonado por temor a la enfermedad. Yo reconozco estar asustada por la mera intuición de que la actual falta de libertad pueda responder al interés de alguno. El estado de alarma –ha explicado ayer Pedro Sánchez– «da tranquilidad a los ciudadanos». Ése no es el objetivo del estado de alarma, señor presidente. La tranquilidad es siempre el objetivo del poder.