Opinión

Rebajas prohibidas

El cachondeo extremo con las rebajas amenaza con dar la puntilla –metáfora de San Isidro– al depauperado comercio. La secuencia patética ya la conoce el lector: el Ministerio de Sanidad anunció que prohibía los descuentos para evitar las aglomeraciones. Después salió el Ministerio de Comercio a corregir a Illa y finalmente éste reiteró que sólo el comercio por internet podía hacer bajadas. No se me alcanza qué derecho pueda tener el Estado para impedir vender a un señor que quiere hacerlo a 15, en lugar de a 20. Bastante tienen las tiendas después de dos meses cerradas. Abren con estrictas medidas de higiene, con indicación de separar a los clientes y hasta de impedirles la entrada si superan determinado número. ¿Se puede saber qué problema hay con los precios? El Gobierno le ha cogido gusto a prohibir, regular, mandar y está desarrollando una desfachatez que nos va a obligar a echarnos a la calle como han hecho en Berlín, en defensa de los derechos fundamentales. Hay respeto cero por parte de este poder al sudor de los trabajadores, al emprendimiento, a los negocios. Los desprecian con una suficiencia inexplicable teniendo en cuenta que pretenden financiarse a base de impuestos. Me pregunto qué sentido tiene la salud de la gente si se impide a las familias sobrevivir económicamente. Y sólo se me ocurre una razón atroz. La de que se busca precisamente la clientelización. Que se pretende que los trabajadores, exhaustos, recurran a la teta del Estado y se hagan feroces votantes del poder que les subsidia. En efecto, a más empresas quebradas, más tiendas cerradas, más gente dependiendo de las pagas oficiales y más posibilidades de extender el sueldo mínimo universal. La pandemia constituye la ocasión de oro para los estatalistas. Esta extraño virus, que ahora revela secuelas y recaídas empecinadas y sinuosas, tiene aterrorizada a una sociedad que hace mucho que olvidó el bien morir. Llevamos tiempo haciendo como si fallecer fuese una excentricidad y, en consecuencia, estamos dispuestos a venderlo todo, hasta la libertad, con tal de no morir… cosa del todo imposible. Todo conspira para que aceptemos aplicaciones informáticas que –a modo de chips subcutáneos– permitan nuestro perfecto control. Para que sustituyamos el escurridizo dinero material por tarjetas perfectamente rastreables. Para que nos resignemos al confinamiento y el estado de alarma sin que el descontrol que disfrutan los partidos en el poder parezca alarmar lo más mínimo. No se fiscalizan los contratos que hace el Gobierno, la actividad parlamentaria anda coja, a los medios no nos responden. Los países parecen peones en manos de la OMS. Con las rebajas se prohíben mucho más que los descuentos. Se impide el libre albedrío sobre tu trabajo y tu peculio.