Opinión
¿Arden las redes?
Ante la desgracia personal y económica que estamos viviendo, es importante dimensionar los mensajes de crispación, exigiendo especial responsabilidad a los políticos y representantes públicos que tan bochornosos y tensos momentos nos están dando en el Parlamento, en las redes y en los medios
Imagínese que vive en una comunidad de vecinos con otros nueve propietarios. Piense por un momento que, por la decisión de dos de ellos, se arreglará el ascensor, se reformará el portal y se pintará la fachada y, a usted, sólo le dejarán asentir mientras paga la consabida derrama. Injusto, ¿verdad?
Ahora, imagine una situación similar pero en la conversación en el espacio público, la agenda política y la informativa. Aunque no se lo crea, usted consume información en función de lo que dos vecinos piensan. Me explico. Una de las teorías clásicas en Comunicación Pública es la Teoría de Agenda Setting. Enunciada por Maxwell McCombs a finales de los años 70, el objetivo de esta teoría era explicar la influencia de los medios en la creación de la opinión pública. De esta manera, los medios orientarían sobre qué pensar a través de los temas que tratan, mientras que, en un segundo nivel, reforzarían las posturas en función de lo que los periodistas suscriben con mayor énfasis.
Si esto lo trasladamos al contexto informativo actual donde, según el informe Digital News Report de la Universidad de Oxford 2019, más del 53% de la población utiliza las redes sociales para informarse, encontramos una nueva dimensión muy interesante sobre cómo se genera la conversación, así como la relevancia de temas en el espacio público. Las redes son un entorno donde los periodistas y medios de comunicación ocupan un lugar preferente. Pero, quizá, es importante redimensionar todo el ruido mediático con datos. Si pensamos hoy en una red social como Twitter, hay 4,4 millones de cuentas de las cuales, sólo 1,3 millones pertenecen a usuarios activos. Si lo traducimos, por ejemplo, a cuánta gente con derecho a voto en España habla en esta red, el porcentaje se reduce al 3,5% de los más de 38 millones de personas que componen el censo electoral. Irrisorio, ¿verdad?
Aunque las cuentas más seguidas son clubes de fútbol y deportistas, el grado de influencia de la conversación de las redes en otros ámbitos, se explicaría por la cantidad de medios y periodistas que en ellas transitan. Estos perfiles mediáticos han optado por promover constantes estados de opinión apelando a las pasiones de la audiencia y, en muchas ocasiones, alineándose con estrategias de comunicación pública bien pergeñadas, apoyadas en tecnología de redifusión de contenido (los bots, odiados y codiciados a partes iguales).
Teniendo en la cabeza estos dato y el momento que estamos viviendo se cae en la cuenta de que las redes sociales no han hecho más abiertas, democráticas o transparentes nuestras sociedades. Más bien las han convertido en histéricas, nerviosas e irascibles, efectos secundarios de la adicción a una droga llamada mensajes (que no información). Esta forma de consumir contenido nos ha hecho impacientes, resabiados e imprudentes, llegando a compartir mensajes que, seguramente, no sostendríamos, en un cara a cara con otros. Todo esto son síntomas de una enfermedad grave a la que yo denomino socialmediatización de la información, de la que no se libran ni los propios periodistas.
Si pensamos en algunos de los temas que estos días han copado portadas, desde los pisos donde han pasado la cuarentena Isabel Díaz Ayuso y Carmen Calvo, el caso “#Merlosplaces”, o el propio tweet en el que Pablo Echenique, miembro del partido del gobierno de coalición PSOE-Podemos, señalaba a un periodista públicamente, se han hecho un hueco en la agenda por la actividad en redes de una manera polarizada. Las cajas de resonancia de los que están a favor y en contra resuenan cada vez más fuerte entre tweets, retweets y “me gustas”. Este estado de opinión binario de las dos Españas, de estar conmigo o contra mí, clama una tercera vía híbrida en la que no haya que tener una opinión sobre todo; en la que se puede disentir y apoyar cuestiones a priori enfrentadas y, desde luego, una tercer vía en la que no haya que descalificar o señalar al que piense diferente.
Ante la desgracia personal y económica que estamos viviendo, es importante dimensionar los mensajes de crispación, exigiendo especial responsabilidad a los políticos y representantes públicos que tan bochornosos y tensos momentos nos están dando en el Parlamento, en las redes y en los medios. Dejemos que el insulto y la crispación digital no traspase, porque donde algunos ven un incendio, en realidad hay una chispa. Por eso debemos impedir que prenda.
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