Opinión

Dani Rodrik contra la hiperglobalización

El economista turco Dani Rodrik ha sido galardonado con el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2020. Rodrik es un conocido crítico (que no enemigo) de la globalización o, mejor dicho, de lo que él ha denominado «hiperglobalización»: es decir, la enorme integración de los flujos comerciales y financieros en el conjunto del planeta. Y es que, de acuerdo con Rodrik, la «hiperglobalización» genera desequilibrios sociales en forma de desigualdad o de inestabilidad laboral que vuelven esa «hiperglobalización» indeseable. Las razones de estos «males sociales» son diversas. La deslocalización de las buenas industrias de los países ricos a los países en vías de desarrollo con la consecuente minoración de la calidad de los empleos en Occidente, la estandarización tecnológica global que colisiona con las culturas nacionales y que dificulta que ciertas sociedades puedan sumarse al propio proceso globalizador y, por último, la erosión de los Estados de Bienestar debido a la libre circulación de capitales (las empresas pueden trasladar más fácilmente su sede allí donde la carga impositiva es más reducida, lo que impide que los tributos sobre el capital sean altos).
Todas estas circunstancias generan tensiones dentro de nuestras sociedades –o «malestar», por emplear el término de Stiglitz– que dan lugar al famoso «trilema de Rodrik».
Un trilema es una elección entre tres opciones contradictorias. Hemos de renunciar a una de ellas para mantener las otras dos. De acuerdo con el economista turco, la «hiperglobalización» constituye un trilema entre la propia «hipergobalización», la democracia y la soberanía nacional. Si queremos conservar la «hiperglobalización» y la democracia, será necesario desarrollar instituciones de gobernanza global que permitan redistribuir las rentas y las oportunidades laborales; si queremos conservar la «hiperglobalización» y la soberanía nacional, será necesario renunciar a la democracia e instituir gobiernos autoritarios que repriman las demandas antiglobalizadoras; y solo renunciando a la «hiperglobalización» será posible conservar la soberanía y la democracia (el mundo previo a los años 70).
Rodrik aboga desde luego por abandonar la «hiperglobalización» y reemplazarla por un mix intervencionista basado en nuevas instituciones globales (que atiendan a problemas que solo pueden afrontarse internacionalmente, como el cambio climático o la actual pandemia) y en políticas socioindustriales de carácter nacional (que protejan y potencien empleos de calidad dentro de cada país para evitar la desigualdad prerredistributivamente).
Los argumentos de Rodrik son sin duda interesantes: se trata de uno de los economistas vivos más productivos y originales, pero ello no significa que debamos aceptar acríticamente sus conclusiones. Que una globalización acelerada (como un cambio tecnológico veloz) puede generar problemas de transición es algo que pocos cuestionarán; que esos problemas de transición pueden engendrar reacciones que en cierto modo frustren la propia globalización acelerada es algo que, de nuevo, tampoco admite demasiado cuestionamiento; y que, para intentar minimizar los desequilibrios de la globalización, necesitamos de marcos políticos alternativos es también algo que probablemente muy pocos disputen.
Ahora bien, nada de lo anterior implica aceptar las descripciones y prescripciones de Rodrik. Por un lado, gran parte de las distorsiones económicas y financieras de la «hiperglobalización» se deben a políticas que el propio Rodrik califica como «neomercantilistas»: interferencias estatales en la libre competencia internacional para tratar de privilegiar a algunas compañías bien conectadas políticamente. Por otro, las reformas que deberíamos implantar no consisten en más neomercantilismo nacionalista, sino en una auténtica nivelación de las reglas de juego mundiales –para que todos puedan competir y cooperar en libertad y en igualdad– así como en una profunda reestructuración de los Estados de Bienestar para fundamentarlos mucho más en la responsabilidad individual. Leamos a Rodrik para identificar algunos problemas, pero no para comprar su diagnóstico y sus recetas.

Captura de la CNMC

Los organismos independientes deberían ser realmente independientes. Es decir, deberían poder desarrollar su labor atendiendo a criterios técnicos y con autonomía frente al Gobierno. Sin embargo, el Ejecutivo PSOE-Podemos se ha propuesto colonizar, para politizar, todas estas instituciones dizque independientes. En el caso de la Comisión Nacional de Mercados y de la Competencia (CNMC), Podemos ha conseguido colocar a Carlos Aguilar, quien ante el Congreso reconoció que «evidentemente no soy ningún experto en el tema de la competencia. Mi propuesta responde a tener una comisión más plural». Es decir, que Podemos nombra como consejero de la CNMC a alguien que no es experto en asuntos de competencia: una forma de capturar el organismo para impedirle desempeñar su labor.

Deuda pública en máximos

La deuda pública española alcanzó la cifra récord de 1,22 billones de euros, el equivalente al 98,9% del PIB (del PIB de 2019, claro) durante el primer trimestre del año. Se trata de un incremento de 3,3 puntos de PIB (35.294 millones de euros) en parte vinculado a la crisis del coronavirus. Mucho peores serán los próximos meses: el Banco de España estima, de hecho, que terminaremos este ejercicio con más del 120% de pasivos estatales sobre el PIB, todo lo cual nos abocará un profundo ajuste presupuestario a lo largo de los próximos años (según la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal, diez años de recortes y diez años adicionales de estabilidad presupuestaria). Quienquiera que niegue esta realidad palmaria sólo estará engañando a los ciudadanos: es necesario hablar claro.

Inditex se reinventa

Inditex, la más importante de las empresas españolas, registró por primera vez en su historia unas pérdidas de 409 millones de euros en el primer trimestre de 2020. Como reacción, la compañía gallega ha anunciado que cerrará entre 1.000 y 1.200 tiendas a escala global, incluyendo entre 250 y 300 en España. No se trata de una decisión precipitada, sino que forma parte de un plan implantado desde 2012 por el que se le va restando presencia a la tienda física (como canal de distribución) para ir concediéndoselo a la tienda virtual. Lo que ha hecho la Covid-19 ha sido, simplemente, acelerar estas tendencias y, por tanto, volver más urgente el proceso de transformación estructural de la empresa española. Criticar que Inditex se reconvierta a los nuevos tiempos que demandan los consumidores es exigir que acabe desapareciendo un buque insignia empresarial español.