Opinión

Prohibir el efectivo

La última ocurrencia del Gobierno socialcomunista ha sido la de ir eliminando progresivamente el dinero en efectivo de nuestras vidas. No por la vía de permitir libremente que la gente deje de utilizarlo, sino por la de prohibírselo. El argumento oficial para semejante propuesta es que, de ese modo, se perseguiría de un modo mucho más eficiente el fraude fiscal y la economía sumergida: si todas las transacciones que efectuara una persona tuvieran que pasar obligatoriamente por los registros de una entidad financiera, entonces resultaría mucho más sencillo fiscalizar los movimientos de los delincuentes. Y si bien esto último es cierto, tengamos presente que también facilitaría el control de las transacciones que efectúan los ciudadanos inocentes. La pérdida de privacidad necesaria para capturar a los criminales es también una pérdida de privacidad que sufren los ciudadanos honestos (al igual que sucede en muchos otros ámbitos: si la policía pudiese entrar en nuestros domicilios sin orden judicial, acaso combatiría con mayor eficacia a los delincuentes, pero también cercenaría injustificadamente las libertades del resto de individuos). Con todo, tengamos presente que la pérdida de privacidad no es el único perjuicio que podría derivarse de la prohibición del efectivo. Existe uno mucho más importante y que pocas veces aparece mencionado en las discusiones políticas y periodistas sobre este tema (sí, en cambio, en las académicas): a saber, la supresión del efectivo permitiría la implantación generalizada de tipos de interés negativos dentro de la economía. Para algunos economistas, los tipos de interés negativos son una forma de acelerar las recuperaciones de las crisis: si hay mucha gente que desea ahorrar y muy poca que desea invertir, se hace necesario que los tipos bajen todo lo necesario (incluso hasta territorio negativo) para reducir el ahorro (estimular el consumo) e incrementar la inversión. El problema para esos economistas, empero, es que el dinero en efectivo impide que los tipos negativos se trasladen por toda la economía: si los bancos impusieran tipos de interés negativos a los depositantes (por ejemplo, todos aquellos con una cuenta corriente le pagarán anualmente al banco un interés del 2% por el dinero mantenido en esa cuenta), los ciudadanos retirarían su dinero de la entidad y pasarían a atesorarlo en efectivo, lo que a efectos prácticos impide que los bancos carguen tipos negativos a sus acreedores (los depositantes). Pero con la eliminación del efectivo, las cosas cambiarían de manera considerable. Si los ciudadanos ya no pueden convertir sus depósitos bancarios a efectivo (por no existir efectivo), entonces la banca sí podría trasladar los tipos de interés negativos a los cuentacorrentistas. Pero esto, lejos de contribuir a rescatar la economía tal como sostienen algunos intelectuales, perpetuaría las malas inversiones previas. Si los deudores insolventes pueden refinanciarse a tipos de interés negativos a costa de trasladárselos a los acreedores solventes, los primeros medrarían parasitando a los segundos, consolidando con ello una economía estancada e ineficiente. Prohibir el efectivo es una pésima idea para nuestras libertades civiles y económicas.