Literatura

La sombra del viento

Las noticias de las muertes no dejan de machacarnos. Ora el Covid 19, ora el cáncer. No sé si la naturaleza necesita eliminar humanos para equilibrarse porque somos muchos en el planeta tierra, contaminamos demasiado, no hay comida para todos… en fin, que sobran las razones por las que debemos ser menos. Siete millones setecientos individuos son muchos y la previsión de crecimiento de la población mundial es de dos mil millones de personas en los próximos treinta años. Un puro disparate teniendo en cuenta que la economía, indispensable para la supervivencia, no va a crecer al mismo ritmo. En todo caso la muerte, por otra parte consustancial a la vida nunca deja de impresionarnos, de desolarnos y dejarnos con el alma alicaída. No sé por qué no estamos más preparados para algo tan natural.

Un día, hablando con la inolvidable Carmen Balcells me dijo: “tengo encima de la mesa un manuscrito que me está epatando. Un nuevo gran escritor va a aparecer en nuestro panorama literario. Ya te contaré más cosas”. Y con la intriga me dejó pensando. Corría el año 2000 y yo, en mi modestia, acababa de poner punto final a “Toda la soledad”, que se publicaría al mismo tiempo que “La sombra del viento”, quince millones de ejemplares vendidos y traducido a treinta y seis lenguas. Luego vinieron otras obras que no brillaron tanto porque su primera novela “adulta” eclipsó al resto. Antes se dedicó a la literatura juvenil y, entre otras, publicó una novela titulada “Marina”, que alguien me regaló dedicada por el autor. La guardo como un verdadero tesoro, entre otras cosas porque Ruiz Zafón la consideraba como la más personal de sus obras, por el misterio que encierra y por sentirme un poco identificada en ese amor que aflora tempranamente, por la trama llena de enigmas y, en definitiva, por la agilidad con que va evolucionando pese a lo complicado de la historia.

Vivió en Los Ángeles desde los años noventa, en su ciudad soñada, donde también murió hace tres días, y no se implicó en cuestiones políticas, en manifiestos ni en esas exhibiciones que practican los que se han quedado aquí, me refiero a los que otrora se fotografiaban con el gesto de la ceja circunfleja o que frecuentaban la bodeguilla de Carmen Romero, de quien, por cierto, nunca más se supo. Creo que no hace falta enumerarlos porque son los de siempre, pero es sorprendente que, si bien en otro tiempo reclamaban unas políticas de ultraizquierda, ahora que las tienen servidas en bandeja solicitan mediante un escrito en el cual bajo el lema ‘Vamos a salir’ reivindican un “gran pacto” para la reconstrucción social del país, basada en la defensa de los servicios públicos, y en el que también se pide abandonar “la confrontación y el odio” para lograrlo. “Un país, que es el nuestro, y que necesita trabajar desde la concordia y alejarse de la crispación. Nada más y nada menos”. No sé cómo debemos interpretar esto porque muchos de los “abajo firmantes” son más de alborotar que de conciliar y en estos momentos en que la oposición no saca a la calle las protestas que se deberían manifestar pública y masivamente, hablan de crispación. Sí, es cierto que hay crispación, pero por parte del gobierno de la vergüenza y de sus socios también vergonzantes de los cuales no cabe más opción que renegar. Si estos intelectuales de bien interpretan que renegar es crispar se equivocan o no manejan tan bien el diccionario como sería de suponer, ya que algunos de ellos son académicos de la lengua. En fin, una semana más, un escritor al que añorar y el deseo de que la esperanza vuelva a aflorar en nuestras vidas.