Manipulación intencionada

Opinión
Por San Juan blanquean las cebadas en las Tierras Altas, «tortolean» las codornices en los trigos y cantan las alondras sobre las esparcetas de flor roja a punto para el dalle. El cazador furtivo sale al rayar el alba con la perdiz de reclamo oculta bajo el ancho tapabocas. De los recuerdos infantiles de la noche de San Juan, tengo muy grabado el día que contemplé por primera vez el paso del fuego en San Pedro Manrique. Tenía yo siete años. Mi abuelo tomó de pronto la cachava, me cogió de la mano y nos fuimos los dos, pasito a paso, a ver la hoguera, a una legua de camino. Era noche cerrada, sin una luz en toda la extensión de la mirada. Aún no había luz eléctrica en aquellos pueblos. Caminábamos a la luz de las estrellas. Por el camino él me fue contando historias del castillo y del monasterio de San Pedro el Viejo, cuyas misteriosas ruinas sobre la loma se adivinaban borrosamente. Me pareció que en cualquier momento podían cruzarse en nuestro camino los templarios en sus briosos caballos. Nunca olvidaré el momento en que, en mitad del recorrido, al coronar el Cerrillo Alto, se detuvo y me dijo: «¡Mira, allí lejos, al fondo; es el resplandor de la hoguera!». Años más tarde supe que el que preparaba el pasillo de ascuas con su largo «horgunero», entre la humareda, era Quico, el de la Cuatrena.
El ancestral rito consiste en caminar con los pies descalzos por la alfombra de brasas sin quemarse. Algo parecido a lo que pretende el Gobierno con su gestión del coronavirus. Dicen que es el rito de la purificación por el fuego. Las hogueras están, desde luego, destinadas a iluminar la noche más corta del año. Presumen los sampedranos de que ellos tienen el privilegio de pasar sin quemarse porque los protege la Virgen de la Peña. A saber. La italiana M. Venezia en su libro «Hace mil años que estoy aquí», un delicioso relato situado en la Italia pobre del Sur, escribe: «En el solsticio de verano los campesinos, desde la tarde, empezaban a amontonar las retamas en las calles y en las plazas. Se encendían fuegos para ayudar al sol a brillar en el cielo. Se recogía la ceniza y se llevaba a casa para ahuyentar a los malos espíritus y atraer la abundancia. Se cantaba y se saltaba por encima de las brasas ardientes…».Estamos, pues, ante una tradición generalizada. El pensamiento mágico es, con las pandemias, la primera muestra de globalización.
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