Opinión

La hora del teletrabajo

Todos los shocks políticos, económicos y sociales de gran magnitud dejan secuelas en las poblaciones. Los shocks constituyen disrupciones que alteran drásticamente la organización de la comunidad y por consiguiente modifican forzosamente sus hábitos y sus conductas. Y al hacerlo, abren nuevos caminos que antes permanecían inexplorados. Los ciudadanos experimentan, para bien o para mal, con nuevas formas de coordinarse y algunas de ellas se vuelven estructurales. En este sentido, uno de los cambios que, al parecer, ha llegado para quedarse es el del teletrabajo. Si bien se trataba de una modalidad laboral que ya venía extendiéndose, la pandemia ha terminado por otorgarle el impulso definitivo que necesitaba para desarrollarse. No sólo porque muchos trabajadores y empresarios hayan experimentado por primera vez con el teletrabajo y probablemente quieran mantenerlo, sino porque las presiones para teletrabajar serán potentisimas hasta que aparezca una vacuna para el virus y, por tanto, hasta que podamos volver a trabajar presencialmente en equipo sin riesgo. Es decir, muchas de las ocupaciones susceptibles de ser prestadas online pasarán a ser prestadas online, tanto por el interés del trabajador (que generalmente tiende a preferir trabajar desde la tranquilidad de su hogar) como por el interés del empresario (quien podrá mantener su empresa en funcionamiento sin riesgo a contagios masivos dentro de su plantilla gracias al distanciamiento social del teletrabajo). Ahora bien, migrar desde el trabajo presencial al teletrabajo acarreará una gran cantidad de costes que deberán ser distribuidos entre trabajar y empresario. Por ejemplo, ¿quién se hará cargo del coste del equipo informático necesario para teletrabajar? ¿Y de la factura eléctrica o de internet? ¿Qué sucederá con los tickets comedor? ¿Y qué decir de las pausas para el café? ¿Podrá el empresario entrar en casa de su trabajador para supervisar que esté cumpliendo con su parte del contrato? ¿O alternativamente podrá instalar cámaras? ¿Y qué pasará con la responsabilidad por accidentes laborales dentro de la vivienda del trabajador? Todas estas cuestiones, y muchas otras, son las que a la hora de la verdad tendrán que resolverse para que el teletrabajo pueda tomar forma. Y no pensemos que existe una única respuesta aceptable para cada una de ellas. Cada situación particular puede requerir de soluciones adaptadas a la misma. De ahí que deberíamos conceder plena libertad (combinada con incentivos fiscales) para que trabajador y empresario renegocien autónomamente las bases de su nueva relación laboral. Pero, por desgracia, el Gobierno parece decidido no sólo a planificar centralizadamente la transición hacia el teletrabajo (regulando e imponiendo «soluciones» únicas y generales para todos), sino también en hacer recaer la mayor parte de los costes sobre los hombros del empresario. En lugar del teletrabajo, el Gobierno se arriesga a fomentar el teleparo.