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Sociedad

Mundo zombi

La temperatura de la sangre siempre ha tenido un punto de ebullición muy bajo en el homo sapiens, que siempre ha sido más sapiens que sabio

Después de tanta lucha por los derechos del ciudadano, las libertades propias y ajenas, la justicia de que cada uno pueda ser el que le plazca o le venga en gana y otras tantas jurisprudencias de lo inalienable que existe en cada hombre, resulta que hemos desembocado en una sociedad de seguidismos y con muy pocos aleros individuales. Lo que se ha impuesto no es el criterio propio, el crecimiento de la razón y la formación de los individuos, que es el viejo sueño que albergaban los ilustrados, sino que hemos confluido en un mundo tribal, donde lo que se quiere es pertenecer a un grupo, asociarse a la pancarta de una causa o la reivindicación de algo para sentirse realizado o lo que sea, quizá porque al personal no le basta con ser él mismo, que bastante curro es, o porque de repente encuentran que llevan demasiado vacío el chaqué del alma y necesitan de otras exterioridades para acicalarlo de sentido y encontrarse uno a gusto consigo mismo.

Aquí ahora lo que prevalece es enrolarse en una defensa, la que sea, la primera que asome por el horizonte de los mass media y que presente una apariencia justa, pero, eso sí, sin que nadie se detenga a meditar demasiado sobre lo visto/presenciado, dejándose llevar por el impulso al que anima el eslogan, el movimiento, el vídeo o la fotografía oportuna. El maestro Gay Talese lo advirtió ya en 1965, durante los disturbios raciales de Selma. En medio de esa confusión de prejuicios y razones, el reportero, el último periodista que todavía nos queda con sombrero, percibió que las imágenes televisadas de aquel jari moldeaban mucho la opinión pública; que la retransmisión de aquellos palos caldeaba el ánimo del ciudadano y removía en exceso la temperatura de la sangre, que siempre ha tenido un punto de ebullición muy bajo en el homo sapiens, que siempre ha sido más sapiens que sabio.

En su reflexión llegó a una concienciación, la de que el artículo en frío que ofrece el diario da contexto y promueve al lector hacia la reflexión, pero que el vértigo de la televisión apelaba a la emoción, que siempre ha sido un rapto de instantaneidades de difícil comunión con lo racional. Atisbaba así un mundo, que es en el que nos encontramos, de una epidermis muy sensible, que ha olvidado esa máxima de que la mayor rebeldía continúa siendo pensar por uno mismo, y que se deja arrastrar por los sentimientos alentados desde cualquier pantalla por el suceso que nos traiga la actualidad.

Estamos así en una cultura mimética, de pura replica, un mundo zombi donde muchos imitan lo que algunos, sean más o menos, promueven en Australia, Bali o la costa Oeste de Estados Unidos sin que nadie se replantee demasiado si aquello está bien o mal, es correcto o incorrecto, mola, pero paso de sumarme, o cuáles son los límites que no se deben sobrepasar. La deriva de esto es que uno puede salir para reivindicar Justicia por George Floyd, que está bien y es lo suyo, y se acaba vandalizando la escultura de Cervantes sin saber por qué.

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